De vez en cuando surgen temas en los que viene a la memoria aquello de «vamos a salir mejores» cuando la crisis sanitaria ... por la pandemia arreciaba con toda su fuerza. Evidentemente, no «salimos mejores». Es más, casi se podría decir que involucionamos. El personal y las infraestructuras sanitarias son aún peores que en aquella época, de tal forma que no podemos superar ni los embates de una simple gripe. Ahí están las mermadas plantillas de ambulancias, haciendo horas extraordinarias porque tienen que esperar a que el hospital libere su camilla.
Esto ya ni llama la atención. Nos hemos acostumbrado a que los servicios públicos básicos sean tan miserables que hasta deseemos su desaparición. Por el contrario, se celebra como el último grito de la modernidad la enésima estupidez con tal de que resulte entretenida. Así, no se ha tardado nada en preparar la candidatura de Gran Canaria para el mundial de fútbol y, menos aún, en decidir que tanto el Heliodoro como el Gran Canaria necesitan una ampliación. Tampoco ha generado controversia que nos gastemos más de un millón de euros en convertir un erial en el escenario del carnaval, tan solo para mes y medio de vida.
La estrategia es general. Ante la saturación de los centros hospitalarios en todo el país, las comunidades posponen a mañana lunes, después de Reyes, la decisión sobre si se decreta la obligatoriedad de utilizar mascarillas en los centros sanitarios, que no es cuestión de estropear la cabalgata y, mucho menos, la fiesta de la cerveza de la víspera del día «más mágico» del año.
La salud pública es como la educación, la atención a la dependencia, la discapacidad o la lucha contra la pobreza. Cosas de pobres que no están a la altura de esta sociedad de marqueses decadentes en que nos hemos convertido.
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