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La historia no es lineal. Las sucesivas revoluciones industriales modelan nuestro presente y sobre todo nuestro futuro. La sociedad, las costumbres, el tejido económico y las corrientes de pensamiento se modifican con cada cambio de ciclo.
La burguesía irrumpió vigorosamente al grito de «Libertad, igualdad y fraternidad» como resultado de la virulenta revolución francesa y la independencia de los nacientes Estados Unidos de América. En los primeros años, el lema francés se implementaba siempre con una coletilla «libertad, igualdad, fraternidad o muerte». Toda esta época es el caldo de cultivo para la Primera Revolución Industrial.
Parecida ebullición eclosionó en la Segunda y Tercera Revolución Industrial. Se repetían los mismos lemas, enarbolados tanto por las democracias proletarias populares, como por las democracias liberales burguesas. Tiempos convulsos donde aparece el motor de combustión interna, la energía eléctrica, las comunicaciones inalámbricas y culminan con la fusión nuclear.
Pero vamos a empezar ya con las décadas finales del siglo XX, que conocimos directamente los que ya peinamos canas. Es la época del fin de la Tercera Revolución Industrial donde se popularizó la informática, la computación y los microchips. Crecimos con la fase final de la guerra fría, la caída del telón de acero, la debacle de la URSS y el inicio de la globalización. A partir de este momento, irrumpe otra clase muy activa: los propietarios de las firmas tecnológicas. Esta élite emergente junto con la globalización nos conduce a la Cuarta Revolución Industrial, que abre la puerta hacia vías verdaderamente inéditas. El consumado politólogo Ernesto Milá, siempre fuente de inspiración, tiene diferentes trabajos sobre todo lo expuesto. Milá analiza este vertiginoso proceso abordando los aspectos que implica.
Los cambios que provocan esta cuarta revolución, son de un calado superior a los de los procesos anteriores, no afectan realmente a la «calidad de la vida», sino a la misma «vida». Las revoluciones anteriores pretendían una sustancial mejora de las condiciones de vida, en cambio ahora, de la mano de la ingeniería social el firme objetivo es modificar a los humanos.
Nos enfrentamos a una verdadera mutación antropológica y, en este plano, resulta poco práctico utilizar las etiquetas de derechas o de izquierdas. Ahora hablamos de personas que están a favor, o no, del globalismo y la agenda 2030. Hablamos de conciencia de lo que somos, como primer paso a la legitima aspiración de seguir siendo como somos, así de sencillo. Sobre todo frente a los iluminados que pretenden disolver la condición humana, en un incoherente transhumanismo y sus posverdades. Hay una guerra declarada entre las personas que defienden valores sociales y culturales históricamente homogéneos y las que se subordinan a lo tecnológico y a sus élites impulsoras.
La creación de absurdos mundos virtuales, las desenfrenadas alteraciones genéticas, la concepción del aborto o de la eutanasia como derechos, los bebés a la carta, los cambios de género en base a la autopercepción y un sinfín de locuras que progresivamente vamos aceptando con un cobarde silencio. Así subvencionan y apoyan un pensamiento único repleto de estudios de género o de estudios de impacto medio ambiental para las cuestiones más peregrinas. Estos nuevos patrones de problema, salud, crisis o enfermedad, han terminado convirtiendo hasta la solidaridad en un lucrativo negocio. Por eso es necesario cambiar definiciones y etiquetas, al menos para tener claro a qué jugamos. La antítesis derecha-izquierda tenía su lógica en aquellos momentos en que existían desigualdades sociales y económicas, o divergencias entre bloques geopolíticos identificados con posiciones proletarias o capitalistas. Pero ahora el problema es mucho más complejo: se trata de afrontar un verdadero reto social, contra unos nuevos dirigentes, disfrazados de filántropos, que quieren arrebatárnoslo todo, con la absurda promesa de que no tendremos nada y seremos felices.
Hay personas de izquierdas y de derechas que están de acuerdo en que sólo existen dos sexos, que consideran que la familia es un buen modelo organizativo de la sociedad y que siempre ha existido, inmutable como la ley de la gravedad. Hay personas de izquierdas y de derechas que muestran su disconformidad a estos experimentos sociales y la monstruosa modificación de lo humano. Ambos grupos de personas consideran que la honestidad, la claridad, la verdad, son valores que merecen ser defendidos como contraposición al discurso políticamente correcto, los wokismos y los demás esperpentos ideológicos de la modernidad.
El intervencionismo que propone la globalización es tan exagerado que nos recuerda a los planes quinquenales de la antigua Unión Soviética. Destaca enormemente el carácter liberticida y totalitario de la Agenda 2030 que aspira a controlar la totalidad de la vida de los ciudadanos: lo que comen, lo que beben, lo que leen, lo que escriben, lo que escuchan y lo que consumen. El concepto de libertad está ausente y es sustituido por un estatismo acérrimo. La libertad individual y la iniciativa privada se desdibujan en favor de un intervencionismo gubernamental constante al que se atribuye un carácter benévolo y una capacidad infinita para resolver todos los problemas.
Mimetizados en una retorica aparentemente noble, las organizaciones mundialistas mantienen una agenda empobrecedora de permanente racionamiento. Reiteran que luchan contra la pobreza, pero sus políticas solo aumentan las diferencias y desequilibrios, al suprimir la propiedad privada y la libertad, verdaderos impulsores del crecimiento económico. Pretenden convencernos, contra toda evidencia, que son los gobiernos, y no los individuos quienes crean riqueza, diseñando Estados parásitos y confiscadores.
Estamos totalmente inmersos en tiempos de transición, tiempos en los que un ciclo se está cerrando; nadie sabe cuánto tiempo durará esta trepidante fase y su velocidad nos impide tener una perspectiva de los acontecimientos. Al menos yo, soy consciente de que no la tengo. Pero lo que sí sabemos es que las categorías de «derecha» e «izquierda» que identificaban a la población en las tres revoluciones industriales anteriores, ya no sirven para la cuarta.
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