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Las varas de medir

Por si le interesa. «Puedo entender que haya gente a la que sí le haya disgustado. Y defiendo su derecho a mostrar malestar, como defiendo la libertad de Drag Sethlas para montar su número». Gaumet Florido

Miércoles, 21 de febrero 2018, 09:00

Les cuento una anécdota personal. Dos años lleva actuando Drag Sethlas en el carnaval de la capital y dos años se repite la escena cuando entro a la redacción al día siguiente. Un compañero se me acerca y me pregunta qué me pareció la actuación. Sabe que soy creyente, y además, católico, de ahí que ha debido pensar que la particular recreación de la imaginería católica de Sethlas pudo haberme ofendido. Y los dos años he repetido la misma respuesta. No solo no me ha ofendido, sino que me ha gustado. ¿Por qué? Porque su puesta en escena tiene un contexto, el carnavalero, donde los límites son otros. Yo no vi a la Virgen ni a Cristo.

Dicho esto, puedo entender que haya gente a la que sí le haya disgustado. Y defiendo su derecho a mostrar malestar, como defiendo la libertad de Drag Sethlas para montar su número. No veo por qué algunos se rasgan las vestiduras. Es más, es legítimo que las autoridades eclesiásticas hayan hecho igualmente público su «estupor», aún y cuando, también es cierto, ya podrían ser tan ágiles a la hora de rechazar y condenar las salvajadas que han protagonizado o alentado algunos de sus miembros.

No comparto que instrumentalicen la justicia para amedrentar o censurar a Sethlas, pero, y aquí va mi queja, ¿por qué no tienen derecho a la pataleta? ¿Por qué a unos colectivos se les reclama transigencia y sentido del humor y otros se creen con el derecho de exigir que no se les toque? Lo digo por la reciente protesta formal de los profesionales de la enfermería, hartos, dicen, de que en carnaval se les asocie a estereotipos sexuales. Puedo entender que se molesten, están en su derecho, pero ¿no cabe pedirles lo mismo que a los ofendidos por Sethlas? El carnaval es exageración, es transgresión, es crítica. Si no, no es carnaval. Los límites los pone la ley, y el sentido común, y no creo que en ninguno de estos dos casos se los hayan saltado.

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