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Las prisas y el amarillo

Viernes, 16 de marzo 2018, 09:11

En días como estos es necesario volver a los orígenes. Hacer autocrítica. Con humildad, sin eufemismos ni excusas. Yo también. Atravesamos por un momento de incertidumbre en la profesión donde el criterio de actualidad, el aquí y ahora sin medir las consecuencias, ha minimizado cualquier decálogo deontológico. Por eso es necesario que todos, el que escribe el primero, recordemos la función de la profesión y repasemos las cinco preguntas a las que nunca hay que renunciar sin que se haya pasado por la facultad.

La manera en la que los ciudadanos acceden a la información ha cambiado radicalmente en los últimos años. Y con ello las exigencias de los profesionales. Ahora se prioriza la instantaneidad de las redes sociales, lo volátil y ligero. Un lugar donde la ambigüedad y las medias verdades lo inundan todo. Son contagiosas. Por lo que si queremos reivindicar la buena información, el periodismo de calidad, no podemos caer en la trampa del morbo fácil. En las vísceras sin reflexión.

No nos engañemos, un profesional sabe cuándo traiciona su dogma y se entrega a una orgía de morbo y banalización de la realidad. Pero muchos se divierten en el fango. La violencia se convierte en el espectáculo que sacia la atención de la gente. Y con las audiencias o las estadísticas en la mano, estas noticias pasan a desarrollarse con detalle. Y si no lo hay, especulamos. La norma es cubrir el escenario de los sucesos, las declaraciones de los familiares, de las víctimas, de los testigos, del vecino que pasaba por allí o de quien le vendía el pan a la víctima.

Hay tiempo para todas estas informaciones, pues se trata de satisfacer las ganas de saber de los espectadores, oyentes o lectores. Y si hay que rellenar, montamos un debate con tertulianos estridentes, y aseguramos el share o el clic. Porque las ganas de saber alimentan el morbo y la teatralización. Esta historia cumple con todos los ingredientes: sucede en el contexto de una pequeña pedanía, con padres separados, la rebeldía de la preadolescencia, una madrastra maldita de tez tan oscura como su pasado y un final trágico. El peor. Lo sucedido con el pequeño Gabriel es el último ejemplo. Sin pretenderlo, con el objetivo de llamar la atención por desesperación, los padres del niño abrieron la puerta haciendo una campaña marketiniana. Con simbolismos, eslóganes y marca propia que compartir en redes o mensajería instantánea. Y las moscas fueron a la mierda.

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