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Las noticias falsas

«Todo ello afecta a la convivencia social y a la democracia pues no solo se polariza artificialmente a la ciudadanía, sino que se la priva de argumentos razonados»

Jueves, 1 de enero 1970

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Las redes sociales se han convertido en el principal medio de comunicación de muchas personas. Ya no hace falta esperar a los boletines informativos de las radios o televisiones, o al diario en papel de la mañana siguiente para conocer lo que ocurre. La parte positiva, sin duda, es que de esta manera se escuchan muchas más voces y temas. Lamentablemente, también se facilita la difusión de noticias falsas.

Con todo, si se siguen unas recomendaciones básicas como contrastar la fuente, acudir al origen o utilizar algunas de las herramientas disponibles también en Internet para la verificación de datos e imágenes esto no debería ser un problema.

Lo que sí empieza a convertirse en un verdadero quebradero de cabeza es discernir sobre la verosimilitud de ciertas informaciones pues hemos llegado a un punto en el que noticias reales parecen fake news. La portada del ABC del pasado domingo es un ejemplo: el titular acusaba a Pedro Sánchez de «inacción» al no reivindicar la «españolidad» de la primera vuelta al mundo que se atribuyen los portugueses. También, la foto del líder de la ultraderecha con un casco de los tercios para reiniciar «la Reconquista» o el descomunal lío que ha montado el PP sobre las mujeres migrantes y su descendencia invitaban a la incredulidad.

La vida política se encuentra inmersa en un nivel de crispación tan delirante que buena parte de lo que dice la clase política y los medios afines resulta disparatado. Aún así, el problema no consiste en que falseen ataques a sedes con huevos mágicos feministas que se estampan por dentro, ni que se amañen primarias o que los mentirosos se presenten como víctimas de bulos. Ya sabemos cómo funciona la clase política. Además, en estas elecciones tan ajustadas en las que hay que pelear voto a voto, la verdad es la primera sacrificada. La desgracia reside en que todo ello afecta a la convivencia social y a la democracia pues no solo se polariza artificialmente a la ciudadanía, sino que se la priva de argumentos razonados y de debates dignos de ese nombre (y no esos sucedáneos coreografiados de ruido y furia) sobre proyectos concretos que mejoren nuestra vida en común.

Esta precampaña electoral tiene visos de ser la más rastrera de nuestra historia democrática, algo que también está ocurriendo en Europa. Los experimentos del brexit, Trump y Bolsonaro dieron resultado. Que no pase en España está en nuestras propias manos el próximo 28 de abril.

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