Las lágrimas de May y Europa

Francisco Suárez Álamo
FRANCISCO SUÁREZ ÁLAMO

El brexit se anota su segunda víctima. Primero acabó con la carrera de David Cameron, el hombre que convocó el referéndum convencido de que iba a salir justo lo contrario, y ayer se consumó la agonía de Theresa May, que puso fecha a su salida de Downing Street, sede oficial que de quien ostenta el cargo de primer ministro. Sus lágrimas son reveladoras de la frustración personal y política al no poder cumplir el objetivo de aclarar cómo, cuándo y a qué precio sale el Reino Unido de la Unión Europea, pero tienen un significado simbólico que va más allá: son la imagen viva de un país roto por una decisión que ha generado una brecha social y que abre un escenario tan incierto y de consecuencias tan insospechadas que ya empieza a cobrar cuerpo la posibilidad de un segundo referéndum.

Resulta que en el otro lado del tablero, esto es, en Europa, tampoco se ha sabido articular un discurso claro. Lo único seguro es que la mayoría de cancillerías estaban deseosas de una salida rápida para evitar el efecto contagio, pero otra cosa era negociar la letra pequeña. Ahí se mezclan las diferencias entre los propios países comunitarios, con algunos poco dependientes del Reino Unido y con otros temerosos -como es el caso de España- de un brexit a las bravas.

Lo que ha pasado en este proceso con la UE es otra evidencia de lo mal que está el proyecto comunitario. Tan necesario y sin embargo tan incapaz de convencer a la ciudadanía de su bondad... Y a base de cometer errores de bulto en su andadura, la UE se ha ido alejando de la ciudadanía, de manera que los discursos contra la unidad calaron en segmentos muy diversos. Se equivocan los que identifican el antieuropeísmo actual con un virus extendido entre antisistema y descerebrados, pues no hay más que repasar el mapa de la votación del referéndum en el Reino Unido y ver cómo en los dos grandes partidos británicos hay defensores de la salida de la UE, con el añadido de que lo hacen con un argumentario que en ocasiones es difícil de desmontar.

Con todo esto por delante, el domingo toca elegir a los representantes de la soberanía comunitaria, esto es, a los diputados del Parlamento Europeo. En sus manos tendrán tomar decisiones que podrían reconducir ese cúmulo de desatinos pero si tenemos en cuenta la poca trascendencia de la campaña europea en nuestro propio país, da la sensación de que una vez más serán vistos como diputados de lujo de cuyo trabajo ni preguntamos.

Una pena.