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Primero duele, después da rabia y termina dándote risa, así se cierran etapas». Esta es una de las muchas sentencias que últimamente, por azar tecnológico, me saltan en la pantalla de mi ordenador o de mi móvil vía redes sociales. Será casualidad o que los astros se han confabulado, pero me están viniendo como anillo al dedo estas frasecitas zen que algún sabio anónimo, al ritmo de los algoritmos, va dejando en el espacio digital. Aunque para superar etapas, además de mucha psicología con una misma, lo mejor de lo mejor son las amigas (o amigos).
El caso es que en los malos tiempos es cuando uno se da cuenta del gran tesoro que supone contar con un buen puñado de amigas. Porque en los buenos, cuando todo es fiesta, no se piensa más que en el disfrute momentáneo, nada hace presagiar la caída ni la necesidad de estas u otras compañías. No hace falta que sean muchas, en realidad con que se puedan contar con los dedos de una mano ya basta. O eso creo yo. Y lo mejor de todo es que tampoco es necesario que ese círculo amistoso forme parte de nuestro día a día, lleno de actividad y de compromisos que roban tiempo para quedar, reír y llorar, que también forma parte de la vida y se hace necesario según el momento.
Pues eso. Que las amistades de verdad aparecen en el preciso instante en el que más necesarias son; sin excusas ni explicaciones, sin que haya que rendirles cuentas. Sin que haya que justificar ausencias prolongadas. Esa es la esencia de la verdadera amistad, la que da lo que hace falta en el instante adecuado sin pedir nada a cambio. Mucho mejor, todo hay que decirlo, que las relaciones un tanto turbias que se suceden en cualquier familia; mucho más sinceras que las relaciones de pareja, donde siempre hay reproches, secretos, verdades y mentiras, aunque no sea lo normal reconocerlo. Pero es lo que hay.
Y cuando uno se da cuenta de la noche a la mañana que ni mucho menos está sola, que las amigas son el mejor apoyo en esta etapa vital, las frases zen vienen bien, pero dan risa. Porque para filósofas las amigas, grandes sabias donde las haya, que en realidad solo vienen a hacerte constatar lo que tú ya sabes, que sirven como confesoras laicas y como testigos de tus decisiones. Porque al fin y al cabo, cada una, cada uno, es el dueño de su vida y sabe, siempre se sabe, lo que le conviene, lo que hay que hacer, lo que hay que cambiar.
P.D.: Va por Espe, Araceli, María, Eva y, sobre todo, por Pino, la más bella de las amigas y de la que quiero y puedo presumir.
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