La España tolerante
La tolerancia de los españoles con la corrupción va camino de convertirse en legendaria. Nos hemos acostumbrado tanto a ella que, como ocurre cuando se abusa de los antibióticos, su denuncia ya no surte efecto. Lo demuestra el tirón electoral que sigue teniendo el PP, el partido que gobierna España y nos representa en las citas internacionales. Su ristra de causas en los juzgados ya es tan extensa como lo es la desvergüenza de los medios de comunicación que ridiculizaban a Irene Montero, cuando esta enumeraba los casos de corrupción en el Congreso, por su relación con Pablo Iglesias.
Somos tan tolerantes que permitimos también, y en buena parte por dejadez de los políticos, que la violencia de género forme parte sustancial de la marca España. De hecho, parece hasta normal que ciertos medios de comunicación cuestionen la vida «normal» de la víctima de una violación, convirtiendo esta salvaje agresión en una simple «gamberrada» de «la manada» de simpaticotes muchachos.
También somos tolerantes con los escandalosos índices de pobreza, con el aumento de la desigualdad y con el empleo precario porque, al fin y al cabo, cómo se va a comparar este problema con esa imaginaria ruptura de España, de la que tanto rédito están sacando medios de comunicación y partidos, aprovechando un problema político para crear un nuevo espectáculo de entretenimiento que aumente la audiencia.
Esta es la España que, entre todos, por acción u omisión, hemos tolerado que se construyera. Una España vergonzosa, desestructurada, polarizada y profundamente desigual. La otra España, la moderna, plural y democrática solo es mercadeo.