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La cura del alma

Jueves, 1 de enero 1970

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Leer no cura ningún virus que ataque a nuestro cuerpo, pero leyendo podemos sanar durante un rato alejándonos un poco de este presente tan caótico e inquietante. Cuando lees, viajas lejos, te marchas unas horas sin moverte del sillón o de la cama, vuelas alto, pierdes el miedo e incluso te puedes sentir eterno si logras rozar la emoción y la belleza. Estos días de encierro y de incertidumbre quienes leemos lo hacemos aún con más necesidad de darle otro sentido a nuestra vida.

El hábito de la lectura requiere esfuerzo y concentración, una salida de uno mismo siguiendo unos renglones para defendernos del tedio y de la derrota. Leer como placer para el alma, para lo intangible, lo que no se mide con ninguna regla ni se puede contabilizar con dinero, leer para vivir el inquietante déjà vu de lo que ya vivimos sin darnos cuenta, para acercarnos a las otras existencias en donde a lo mejor seguimos leyendo todavía, y también para darle sentido al tiempo que nos queda. Podemos acercarnos a los clásicos y a los libros que cambiaron nuestra existencia, volver al Quijote, a Madame Bovary, a Rojo y Negro, a Fortunata y Jacinta, a Pedro Páramo o a Cien años de soledad como si nunca hubiéramos pasado antes por sus páginas, como si fueran mundos sin descubrir, y leer lo que no hemos leído todavía, todas esas historias que nos aguardan en las bibliotecas, y por supuesto también releer con ojos nuevos, porque en los libros que sí han pasado la criba del tiempo lo de menos es el argumento, la intriga o la historia que nos cuenten: lo que buscamos es el acercamiento al alma humana, la magia de las palabras que logra cambia nuestro semblante, esa música que luego llevamos para siempre en nuestra memoria y que tantas veces nos salva.

Leemos como si escucháramos una sinfonía, y toda esa combinación de frases largas o cortas, de pretéritos perfectos o imperfectos, de nombres propios o nombres comunes, ya forman parte de nuestros sonidos vitales, lo que dicen que nos llevaremos cuando dejemos atrás el cuerpo, la música, esa melodía que guardamos para siempre y que aseguran que es lo único que nos queda cuando nos alejamos de la carne y de la tierra. En estos días de miedo y de zozobra propongo que volvamos a los días de miedo y de zozobra que vivieron antes otros seres humanos, y que comprobemos que ellos salieron airosos de aquellos tiempos porque aprendieron a contarse y a valorar el sentido de su propia existencia. Busquemos en los libros para no extraviarnos y para poder contarnos con las palabras de otros, o con las nuestras si decidimos escribir lo que nos pasa: no hay muchas más salidas ni más respuestas al margen de la ciencia, pero el alma humana se cura o se reinventa de otra manera, lo hace con el arte, con la belleza: todos esos libros que durante años dejamos de lado pueden ser al final nuestras únicas certezas.

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