Dar la espalda en el Caribe
Juan Manuel Chávez
Director del Grado en Comunicación de la Universidad del Atlántico Medio
Martes, 1 de julio 2025, 22:17
Para captar la belleza natural del Caribe, con su arena blanca y brillante, sus aguas turquesas y traslúcidas, su horizonte enrojecido al atardecer, hay que ... dar la espalda a la ciudad; físicamente, hay que pararse ante el mar, con los edificios y las casas detrás. Lejos del lente y de la mirada queda el caos citadino de la música interminable y el comercio de todo a todas horas.
Si en la primera línea de playa, los hoteles están al servicio del turismo con su gastronomía a base de plátano y su coctelería a base de ron, a partir de la segunda línea y las siguientes están las vías enfangadas por la lluvia, con la gente sentada en las esquinas para matar el tiempo y el rugido de las motos en uno y otro sentido. Ya nadie escucha el merengue y la bachata de Juan Luis Guerra; predominan expresiones musicales más urbanas, con su dosis de violencia en el ritmo y sexualidad en las letras. Hay un problema con la basura, no solo que se acumula alrededor de algunos hoteles, sino por la falta de gestión ante las colinas de residuos en las transversales del balneario de Boca Chica en República Dominicana. Son un desperdicio algunos desperdicios de comida, sobre todo los restos de mango, maracuyá y papaya.
Tristeza me genera la belleza natural del Caribe, ya que las palmeras se conservan mucho mejor que las casas precarizadas por una edad sin gloria y como abandonadas a la mala fortuna de sus habitantes. Una congoja tonta domina mi paseo por la playa ante un espectáculo de calor y sol que ilustra un concepto sencillo: la existencia del paraíso es la confirmación de que abunda lo contrario.
Al contemplar las fotografías que hago de la belleza natural del Caribe, pienso en la conexión de estos motivos con la obra del gran pintor valenciano Joaquín Sorolla; hablo del maestro de la luz, de los paisajes marinos y de la dicha cromática de la vida en la playa; hablo de una figura relevante, como lo fueron Velázquez y Goya (a quienes estudió), y que echó mano de los avances tecnológicos para desarrollar su arte (ya que sacó provecho en el siglo XIX de su dominio de la fotografía). También Joaquín Sorolla tuvo que dar la espalda a su realidad para pintar sus cuadros de su subyugante hermosura. La España de su tiempo caía en el desastre de 1898, con la crisis y la decepción social por un mundo que terminaba de perder su aura imperial y transoceánica con las independencias de Filipinas y Cuba. Pienso, entendiéndome con Sorolla, que la belleza es solo un punto de focalización que hace sombra a lo demás; una forma de escape, y hasta una manera cursi de rebelarse a los contextos más aciagos. En suma, una justa injusticia.
Y aquí, a unas calles de la playa, además me conmueven los perros callejeros que se entretienen con un hueso y me intriga la proliferación de los negocios de lotería con su juego de la suerte. Esto también es el Caribe, lejos de las imágenes que sintetizan la isla a su naturaleza embellecida con los filtros para las redes sociales.
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