Vicerrector de Extensión y Vida Universitaria en la Universidad del Atlántico Medio
El adiós a los objetosMoverme por el mismo país, aunque distinto; seguir en el idioma con que escribo, en convivencia con otro que admiro, y buscar el ángulo para mis últimos disparos en un verano clemente
Juan Manuel Chávez
Martes, 23 de septiembre 2025, 23:51
Eran zapatos viejos, pero no tanto. Unos botines descoloridos entre el ocre y el camel con una década de andadura. Es de las cosas que ... no mudé, cuando me mudé a España. Guardados en mi ciudad natal, han estado para mí cada vez que he regresado; es el tipo de objeto que es útil y a la vez simbólico: me los calzaba como quien pone los pies del presente en el pasado, reencontrándome desde abajo con la persona que fui.
Un par de meses atrás, los utilicé al máximo el fin de semana que estuve en Lima, y cargué con ellos para la semana académica en Santo Domingo con el plan de abandonarlos ahí. El sencillo acto de practicar el desapego con un bien, cuando todavía podía servirle a alguien.
El domingo del abandono, limpié la suela con un trapo mojado y pulí el resto con un paño seco hasta dejarlos muy limpios. Mientras el sol se habría paso entre los nubarrones de una lluvia caliente de verano en el Caribe, decidí que no haría ninguna fotografía de mis zapatos viejos, pero no tanto. ¿Qué sentido tendría inmortalizarlos al lado de una centenaria palmera y las aguas de un turquesa cristalino? Para botines hechos polvo está la icónica pintura de Vincent van Gogh, quien también es el creador de las noches estrelladas, los girasoles en una maceta, los hombres de una sola oreja y las habitaciones de artista con ventana exterior. Además, mi cámara también comenzaba a sufrir el paso del tiempo y las severidades del clima.
He cargado en mis viajes con una Nikon D3000 desde 2012, en que visité Cartagena de Indias durante unos días. Aunque las noches de su estreno en Colombia fueron húmedas, la cámara respondió a todas las necesidades sin fallar en precisión y calidad. Esa máquina ha sido el vestigio de una tecnología antigua, que he trajinado desde entonces: solo se podía previsualizar la toma a través de un visor, no servía para hacer grabaciones en movimiento ni tenía conexión a internet. Las tardes líquidas de Santo Domingo, al cabo de trece años de servicio, agravaron sus problemas para la captura de la luz y el enfoque. Hay imágenes que no pude tomar, porque la Nikon se resistió a trabajar como un anfibio.
Tal como hice con los zapatos viejos, pero no tanto, consideré que había llegado el momento de jubilar la cámara fotográfica de mis múltiples destinos. Renunciar a exigirle más, antes de que fallara del todo; con ello, evitarnos la deslealtad de juzgarla por el menoscabo de su desempeño. Su viaje final fue al norte de España, ante la ría de Bilbao y el Museo Guggenheim. Un rumbo que era inédito para el hombre y su equipo. Moverme por el mismo país, aunque distinto; seguir en el idioma con que escribo, en convivencia con otro que admiro, y buscar el ángulo para mis últimos disparos en un verano clemente. El resultado ha sido una silenciosa y paulatina celebración de la despedida, el íntimo ritual con que la Nikon o los botines se convirtieron en piezas centellantes de mi memoria; así, exceder la mera finalidad del objeto para ser un recuerdo. Después de existir, prevalecer.
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