Octubre de la Luz y la Naval
Octubre es un balcón enramado desde el que se escapan miradas y suspiros a una Virgen que cada año avanza entre sus hijos como alcaldesa y capitana prudentísima
Y es que, llegado octubre, La Isleta está en fiestas un año más, y aquí habría también que decir «un siglo más», pues estos son ... festejos que con orgullo pueden volver la vista atrás y encontrarse con un pasado y una historia señera, importante no sólo para el barrio y la ciudad, sino para buena parte de la Gran Canaria, que hoy, como en siglos anteriores, tiene aquí unas celebraciones abiertas de par en par.
Cada mes de octubre La Isleta y su puerto atlántico tras izar su bandera festera, y pregonar sus fiestas, que son fiestas grandes para toda la capital grancanaria, que encuentra en ellas no sólo un referente de la trascendencia que para esta ciudad populosa, moderna y cosmopolita, tuvieron estos entornos de playa y montañas isleteras en el transcurso de los siglos, en el fragor de muy diversos acontecimientos y eventos destacados, sino una atalaya desde la que se proyecta todo ello y nos ayuda a comprender mucho mejor nuestro presente y las sendas de los tiempos hacia los que nos encaminamos, impulsados por un espíritu de alegría que inunda de calor y color todas sus calles, plazas y salones, que abren las puertas a un ambiente festivo que se percibe mucho más allá, por las mismas sendas que en los días siguientes recorrerán miles de grancanarios al encuentro con Nuestra Señora de La Luz, Patrona General del Puerto y Alcaldesa Mayor Perpetua de la ciudad, que luce este año su casa bien engalanada, con esa magnífica restauración de su fachada -gracias a un generoso e impresionante esfuerzo de su comunidad parroquial, con la ayuda de instituciones públicas y privadas-, para recibir a sus hijos y a cuantos devotos acuden a ella, como lo ha hecho ya a lo largo de más de cien años en este esbelto y amplio templo, como antes en su íntima y sugestiva ermita que hundía sus raíces en siglos de historia de estos arenales portuarios, a donde llegó la magnífica talla de su imagen que en 1779 realizó el gran Luján Peréz -al que La Isleta ha querido recordar con gratitud rotulando con su nombre una de las principales vías del barrio desde los primeros tiempos de su urbanización- por encargo de la familia del capitán José de Arboniés y Muñiz, inolvidable personalidad en la historia del Puerto, que fuera mayordomo de esta ermita y de su culto y estuviera vinculado a la defensa de la bahía y su fortaleza; una historia que nos ha transmitido en esta ocasión, con solvencia tanto de historiador e investigador, como de persona nacida, educada y enraizada en el barrio, su pregonero Héctor Alemán Arencibia.
Octubre en la Gran Canaria tiene por nombre La Naval y por asiento la Bahía de La Luz y su Barrio de La Isleta. Octubre es un balcón enramado desde el que se escapan miradas y suspiros a una Virgen, que cada año avanza entre sus hijos como alcaldesa y capitana prudentísima de una nave que tiene en su manto el velamen más seguro, y en sus manos el timón más firme. Octubre es melancólica alegría, en un otoño con aromas de primavera, de quienes, sin poder estar allí también hacen de este mes una Naval que arraiga en sus corazones y aflora en sus emociones. Octubre es para el grancanario momento de regresar al Puerto, de retornar a una Virgen que es bandera, guion, enseña e insignia de un Puerto y una ciudad que sólo quieren reconocerse en el sagrado y fúlgido espejo de su rostro inmaculado. Es octubre y por malagueñas, cadenciosas y sonoras, le canta su barrio, le canta su gente, que sus fiestas, las de La naval, comienzan ya en este Puerto de la Luz, en estas Isletas que son isla de una isla donde el aire suena a caracolas.
Las Fiestas de La Naval son cada año encuentro con otras tierras de esta isla, o de otras de las distintas islas del archipiélago. Y nada mejor que el encuentro en la honda significación de las fiestas, que son ese momento del año en que, con el tiempo detenido de su tic tac cotidiano, una comunidad se encuentra consigo misma, con su devenir, y se acerca a otras con un espíritu de acogida y solidaridad, que permite entrever la trascendencia de las inquietudes de los barrios, los pueblos, las villas, las ciudades, como hogar común de gentes que respiran un mismo aire, y afrontan unos mismos retos del futuro que se debe construir entre todos. Un significativo encuentro que este año hermanó dos celebraciones festivas tan significativas para la Gran canaria actual como son la celebración de 'El perro maldito' de Valsequillo y el 'Chapuzón Nocturno de La Naval'.
Pero también las Fiestas de La Naval ha sido momento oportuno para rememorar, o significar, hitos históricos que trazaron el devenir isleño y portuario. Y en esta senda La Naval tiene un gran reto que asumir para el 2026. Conmemorar y recordar a su puerto y a su isla, una efeméride de enorme significación y consecuencia, pues en ella quizá está uno de sus orígenes más elocuentes. Es la conmemoración de los 500 años de la real 'Licencia para que se pueda poblar el puerto de las Isletas', dada en Granada el 19 de octubre de 1526, por Carlos I y su madre doña Juana, «por la misma gracias reyes de Castilla».
Una licencia que ordenaba que se diera permiso para que, cualquier persona que quisiera vivir en el puerto, pudiese vender mantenimiento y productos a los buques, a los extranjeros y a toda persona que se lo demandase, y que con esto «en el dicho puerto se haría pueblo de algunos vecinos que querrían tener casa». Una singular e ineludible efeméride para 2026, pues, de alguna manera, se trata del 500 Aniversario del reconocimiento legal y oficial de lo que hoy es uno de los más importantes puertos del mundo, el Puerto de La Luz. Y a ella no deberían ser ajenas las Fiestas de La naval, que representan, en su honda significación, la celebración del origen, evolución y aportación de este barrio y su puerto a la historia grande de Canarias, de España y del Atlántico en general.
Octubre nos devuelve cada año a La Luz, a La Naval, a un viejo castillo, antigua Fortaleza de Las Isletas «¡que tiene todas las trazas de un guerrero prehistórico, en íntimas y seculares amistades con el mar!», como lo identifica en su plenitud Pablo Artiles, en su libro 'Isla Azul' por ser «isla del color y de la luz», a una iglesia, que siempre nos emociona con encantos de una legendaria ermita, donde la Virgen entraba y salía cuando estimaba oportuno, que para eso estaba en su casa, a socorrer con su luminaria a marinos y caminantes, y a un barrio, El Puerto, que tiene sus raíces en los mismos días fundacionales de la ciudad, que aquí tuvo su primera misa, su primera devoción y sus primeras esperanzas.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión