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Si es verdad que la Semana Santa de los antiguos y señeros barrios de Vegueta y Triana tuvo, a lo largo de cinco siglos, más ... de un momento de esplendor, así como otros de palpable decaimiento, en etapas diferentes como pueden ser aquellas primeras procesiones de crucificados y flagelantes en el siglo XVI, la de incorporación de unas primigenias cofradías y hermandades, como la «del Señor con la Cruz a Cuestas» o la del «Cristo de la Vera Cruz» a lo largo del siglo XVII y buena parte del XVIII, etapa a la que siguió otra de enorme esplendor tras la presencia fecundísima del imaginero «señor Pérez» -como se conocía entonces a José Luján Pérez-, gracias a lo cual, poco a poco durante la centuria del XIX, se renovaron las salidas procesionales, y tuvo lugar un cambio profundo en la estética de los días de la semana mayor del año, también lo es que esto no se debió a meras casualidades, o a cosas que se dejaban al devenir de los tiempos, sino que todo cambio o transformación de aquellas expresiones litúrgicas de fervor popular se asentaban en las inquietudes, las necesidades y la forma de ser y entender su tiempo de unas generaciones que actuaron con decisión, atendiendo una demanda que estaba presente en buena parte de la población.
Si a comienzos del siglo XX la novedosa revista 'Canarias Turista', surgida al calor del primer desarrollo turístico de la isla, gracias a un notable emprendedor como fue Gustavo Navarro Nieto, ya entendía la importancia patrimonial que tenía el patrimonio artístico y tradicional que se manifestaba y se lucía cada Semana Santa, a finales de los años veinte, tras el hondo bache en el que cayó la vida insular tras la primera guerra mundial, se dio de nuevo un debate acerca de la importancia de rescatar y renovar las manifestaciones públicas de la Semana Santa, que tanto podían contribuir al progreso de la ciudad y de la isla en su conjunto.
En ello estaban diversos sectores sociales, económicos y culturales, además de la recién creada Junta Oficial de Semana Santa o la veterana Sociedad de Fomento del Turismo, y como líder indiscutible de esa discusión el abogado y escritor Domingo Doreste Fray Lesco. En esta línea la prensa de aquellos días apuntaba reflexiones como que «las ciudades amantes de sus tradiciones hacen esfuerzos por conservar en todo lustre sus fiestas religiosas y profanas» y resaltaba como en «Las Palmas habían decaído notoriamente la Semana Santa, el Corpus, la fiesta cívico religiosa de San Pedro Mártir…», a la vez que, tras los días de la semana mayor de 1928, en los primeros días del mes de abril, destacaba como «con verdad puede decirse que la Semana Santa revistió este año inusitado lucimiento. Esta es la impresión general que la población entera ha sentido con legítima satisfacción contemplando el hermoso desfile de procesiones por las calles principales y asistiendo a los solemnes oficios religiosos celebrados en la Catedral y en otras iglesias».
Se había hecho un primer gran esfuerzo, liderado por Fray Lesco, para renovar y hacer muy atractiva, ante los gustos, sentimientos y modos de ser y actuar sociales, en aquella tercera década del siglo XX, caracterizada por tantas nuevas inquietudes artísticas y culturales, así como por la presencia de nuevo de un incipiente sector turístico, que incluso provocó algún debate en la prensa entre defensores de las necesarias renovaciones, y los partidarios de mantenerse en las formas más tradicionales. Muy elocuente de todo ello fue la carta abierta que el escritor y periodista José Rial dirigió a Domingo Doreste el 10 de abril de 1928, en la que le señalaba que su opinión era «que cada pueblo expresa su fervor a su manera. Y el fervor de un pueblo sencillo, democrático, profundamente creyente y poco practicante - considere usted todo eso como elogios- se manifiesta en ese simpático desbarajuste, en ese confundirse y apretujarse en torno a las imágenes, en ese afán enternecedor del buen pueblo para las cosas en que pone amor y devoción».
Sin embargo, aquella Semana Santa de 1928, que, como destacan todas las crónicas periodísticas y los relatos más diversos, fue de nuevo de gran esplendor y de una impresionante concurrencia tanto a las procesiones, como a los actos litúrgicos en la Catedral y los diversos templos, resaltó y resplandeció con «procesiones que nunca habían salido, como la del Viernes de la Catedral -con el magnífico Cristo de la Sala Capitular y la hermosa imagen de la Dolorosa, que corrieron este año las calles-. Algunos días salieron dos procesiones, por la mañana y por la tarde, y el Viernes Santo cuatro: mañana, tarde y noche». Unos años antes, el 3 de abril de 1925, el inquieto y emprendedor alcalde José Mesa y López ya había solicitado formalmente una nueva procesión, en la mañana del Viernes Santo desde la Catedral de Canarias, que se conocería como 'procesión del arte' por protagonizarla dos obras cumbres de Luján.
Este fue el comienzo de una procesión y de unas tradiciones que, noventa y siete años después, vemos como se volvieron no sólo fundamentales en la estética y la imagen de la Semana Santa veguetera que ha llegado a nuestros, días, sino en la misma identidad grancanaria. El Viernes Santo del 6 de abril de 1928 salió por vez primera a la calle, impulsada por aquel ambiente de renovación, la procesión del 'Cristo de la Sala Capitular' (1783) y la 'Dolorosa de la Catedral'(1805), ambas obras de primera magnitud del célebre imaginero guíense, que tras más de un siglo abandonaban las penumbras catedralicias para incorporarse a ese 'museo en la calle' que, como señaló el propio Fray Lesco, Luján Pérez tenía cada Semana Santa -sólo el Cristo había salido a la calle el Domingo de Pasión de 1815-. Desde ese primer año se incorporaron elementos que se hicieron imprescindibles -como la 'Marcha Fúnebre' de Chopin-, se resaltó la estética que un histórico entorno urbano aportaba a una escenografía litúrgica, y, al paso lento de este procesionar, surgieron fotografías que pronto se instituyeron como verdaderos hitos de la ciudad y de esos entornos, así como otras obras de arte, como son los dos tronos en que procesionan, el del Crucificado realizado por Carlos Luis Monzón Grondona y el de la Virgen obra del célebre escultor grancanario Juan Jaén. Luego, con el paso de los años, muchas mujeres, de todas las edades, para, bajo un palio de palmeras, acompañar al Cristo y la Dolorosa en una hora tan sublime y trascendental de la anual conmemoración pasionista, se incorporaron luciendo la tradicional y bella mantilla canaria, que en el esplendor blanquísimo de su elegante sencillez se instituyó en verdadera bandera de hondos sentimientos de fe y de piedad. Y esta procesión pasó a conocerse definitivamente como 'Procesión de las Mantillas'. Una procesión y unas mantillas que, casi cien años después, podemos considerar como auténtico símbolo de la renovación pasionista de aquella época, pero también de la búsqueda de evolución y de una identidad necesaria que siempre señaló a la Semana Santa grancanaria en el devenir de los siglos de su historia.
Así, cada mañana de Viernes Santo, como señala un antiguo texto, pese a su limpia y brillante luminosidad atlántica, realzada en el espejo blanco de la mantilla canaria, «no es más que un túnel donde los vientos soplan al compás de un llanto que anunciará que el Hijo de Dios ha muerto». El velo del templo se quiebra en señal de dolor, las campanas del barrio enmudecen en toda su grave solemnidad, resuena la matraca, Vegueta y Triana son rincones de emociones de siglos, una calle larga en la que año tras año procesiona una isleñísima Dolorosa, bajo más de una advocación.
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