Las ciudades pierden, poco a poco, muchas de sus señas de identidad, algunas tan hermosas o sugerentes como el trinar de los pájaros en arboledas urbanas, o los aromas que las envolvieron durante siglos (a pan horneado, el de la marea cercana o el del ... naranjo en flor, entre otros muchos). Y uno de esos en Las Palmas de Gran Canaria es el del sonar de las bocinas y sirenas de los barcos, atracados o fondeados en la antigua Bahía de Las isletas, en la media noche de fin de año y en la madrugada de la Resurrección. Era en el punto exacto del tránsito del Sábado de Gloria al Domingo de Resurrección, cuando aquellos portavoces náuticos resonaban sobre la ciudad, mientras desde ellas parecían responderles, o sumarse a su propuesta vocinglera, el claxon de los coches, las campanas de los templos y los triquitraques que resonaban por todas partes, en especial los que se colocaban en las vías del tranvía y estallaban a su paso.
Tras el silencio de los días previos, sólo acompasado por cadenciosas marchas procesionales, por motetes y otros cánticos litúrgicos o por el estruendo de la matraca, una bulla vocinglera se apoderaba de la urbe, donde la alegría parecía haber retornado a la ciudad atlántica y cosmopolita, que gritaba, con titular periodístico de abril de 1912, '¡Resurrexit!', mientras Josefina de la Torre en sus versos, en su medida del tiempo, rememoraba aquellos «Ruidosos triquitraques del Sábado de Gloria:/ humo de sahumerio, algarabía y sol», y Alonso Quesada proclamaba «Jesús: tu mar está sereno ahora». Era madrugada y aurora de Resucitados, de aleluyas, de celebraciones y de «revienta Judas» por la veguetera Plaza de Santo Domingo, o 'Quema de Judas' como se ha mantenido hasta la actualidad con gran arraigo, aunque con estética actualizada, por localidades como Teror y Valleseco. Cuanto atractivo entre nuestros antepasados tuvo aquel gran pelele, colgado del campanario del viejo convento dominicano, representación del Apóstol traidor, al que se le habían introducido en su panza cuatro o cinco gatos que, al quemársele y explosionar los triquitraques, saltaban mayando desaforadamente sobre el gentío allí congregado. Hoy este Judas representa a otros traidores o personajes perversos actuales, que, con su mal proceder, traicionan a la humanidad. Y, por supuesto, sin gato alguno. Pero, sobre todo, como señaló quién fuera cronista oficial de Teror, y vivió esta tradición muy de cerca, «la quema de Judas, el Domingo de Resurrección, preludia la primavera y abre la puerta a un período nuevo».
Y es que en realidad la Semana Santa no culminaba con las procesiones, con el encierro de la Soledad de la Portería y de la Virgen de los Dolores de Santo domingo, tras sus respectivas procesiones del Retiro, en las últimas horas del Viernes Santo. La semana mayor del año tenía su punto prominente en las celebraciones pascuales, con «la procesión del Resucitado en San Francisco», como recordaba en 1895 Domingo J. Navarro, organizada por la comunidad del convento de franciscano en Triana. Un procesionar que tomó por algunos años la Semana Santa del Puerto de La Luz, y que en la actualidad tiene lugar, en las primeras horas del Domingo de Pascua, cuando la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán «ofrece un Cristo para este día de resurrección». Unas imágenes que ahora sí, como señalaba Ignacio Quintana Marrero en el primer pregón de la Semana Santa de Las Palmas de Gran Canaria, el 19 de marzo de 1948, «no son para admirarlas en las calles como una pieza de museo, sino para caer de hinojos ante ellas».
No tendría sentido la Semana Santa, no sería «semana mayor del año», si todo lo organizado, celebrado y vivido los días anteriores no culminara en la alegría inmensa y bulliciosa de la 'Madrugada del Resucitado', en esas horas de sábado y domingo en las que la ciudad se complacía en la alegría, en la algarabía de su vecindario. Y era tan antiguo este sentimiento que, como recoge José Miguel Alzola, en su obra sobre la Semana Santa de Las Palmas, que de ello se acordó en su testamento un ilustre personaje de la ciudad, Marcos Sánchez de Orellana, quien «para exteriorizar el júbilo de la Iglesia por la resurrección del Señor ordena que se compre cada año seis haces de juncos y tres cargas de rama, para con ello adornar la capilla de la Soledad y la iglesia conventual». Añadiendo a todo ello que «por la procesión de la mañana de Pascua se da al curato dos ducados y no hay capellanes».
¡Madrugada del resucitado!, fervores y alegrías de una ciudad que enciende, con el Cirio Pascual, las luces de un día que amanecerá jubiloso, que procesionará por Santo Domingo, con su Cristo triunfante sobre la muerte, como también lo hace, con cargas de muchas tradiciones, por Teror, que la ha recuperado después de algunas décadas sin salir a la calle, o con procesiones con el Santísimo Sacramento bajo palio, tras una solemne Vigilia Pascual, en muy diversas localidades de la isla. Culmina ahora, que no se cierra, la Semana Santa, que el resucitado no cierra nada y lo abre todo. Y es que, como pone Tomás Morales en boca de la mujer nazarita -en su obra teatral 'La cena de Bethania'-, «la esperanza vive de los corazones que amaron mucho, y que aman; y que amarán toda la vida… y hasta después de la vida». Este es el gozo de Las Palmas de Gran Canaria, de toda la isla, en esta madrugada y domingo de Resurrección.
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