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Uno de los paisajes más discretos, pero espléndidos y sugerentes, es el que se tiene de una parte de la cumbre desde la Plazoleta de Las Ranas, junto al cauce enterrado del viejo Guiniguada. Quizá algo se ha perdido de esa visión, pues son muchos los nuevos edificios, pero en los días claros, sin nubes altas, es posible disfrutar de una mirada a las montañas más altas. Y el barranco, que nace allá arriba, nos trae rumores y aromas cumbreros, memoria de pasos constantes, de la vida que ha transitado en el devenir de los siglos entre cumbre y costa, entre montaña y ciudad.
Y es que la presencia de la montaña ha estado muy presente en el corazón urbano y en los sentires de Las Palmas de Gran Canaria desde los primeros días de su existencia, como capital de una isla que emerge cumbrera desde el mismo Atlántico. La ciudad nace acunada, sobre las arenas costeras, por los altos riscos que la contornean. Riscos desde los que se divisa la mar en su inmensidad, pero que también son antesala de la cumbre, la antigua loma de Santo Domingo, las montañas de San Roque, San Francisco y San Lázaro, hoy, en parte, El Lasso, San José, San Juan, San Nicolás y San Antonio. Sobre ellos, por las lomas de Tafira, aún se percibe el rastro del desaparecido monte de lentisco, que se adentraba en medianías, como queriendo ganar la cumbre.
Y al fondo, hoy también parte de ese corazón histórico, Las Isletas, ese conjunto de montañas que son faro y vigía, proa y enseña de una población que es marinera, pero que también tiene mucho de montañera. Montañas y barrancos permitieron la subsistencia de la ciudad, agua y alimentos, pero también arraigadas señas de identidad. Y, en todo ese paisaje que conforma la ciudad desde la montaña a la mar, parecen escucharse los eternos versos de Cairasco de Figueroa: «Del cielo puso aparte lo más bello,/ del aire lo más puro y regalado,/ del mar lo menos bravo y más tranquilo,/ y del terreno sitio lo más fértil;/ de selvas lo más verde y apacible, de flores lo más fresco y más suave, de fuentes lo más claro y cristalino, de frutos lo mejor y más granado…»
Mucho de toda esa escenografía, que marca la identidad y el carácter de Las Palmas de Gran Canaria a través de su historia, de esos hitos que señalan el devenir de la ciudad y de sus contornos, se perciben y se recuperan ahora gracias a la celebración de una prueba deportiva, la LPA Trail, que traslada su esencia y su naturaleza montañera al corazón de la urbe. Una carrera de montaña impulsada por la Concejalía de Deportes del Ayuntamiento capitalino, y organizada por ARISTA, que surge en el corazón de la ciudad y que, en su octava edición, conducirá a mil participantes -cifra récord en su historia-, por una orografía sustantiva de esa montaña que arropa y da forma a la ciudad, a la de ayer y a la de hoy. Viejas calles vegueteras, el antiguo Camino a Tafira, la Batería de San Juan, un patrimonio vivo rebosante de historia, la Loma de Santo Domingo y el frondoso cauce del barranquillo de El Fondillo, la deliciosa encrucijada de caminos que marca la Casa del Gallo, los terrenos de Zurbarán, aquél célebre gobernador de Gran Canaria y juez de la Real Audiencia de Canarias que fue Agustín de Zurbarán o el mundialmente reconocido Jardín Botánico Viera y Clavijo, donde pervive la flora isleña en todo su esplendor, para descender por Salvago, aquellas tierras de la Tafira Baja -hoy en parte campus universitario-, con casas, parral, agua y ermita que, hacia mitad del siglo XVI, eran propiedad de María Salvago, al fondo del mismísimo Guiniguada, y por su cauce, que, como cantó el poeta Pablo Romero y Palomino en el siglo XIX, aún se pregunta «¿Dó yacen sumergidas/ tus aguas cristalinas, Guiniguada? Mirando entristecidas/ tus riberas su pompa marchitada,/ ahora lloran por ti, que las olvidas?» Y, tras arribar a El Batán, enigmático topónimo que nos trae aromas de molinos, de harinas y de pan de distintas calidades, y contemplar al fondo la emblemática ermita de San Roque, cruzar a la antigua finca de Matagatos y por la calle Juan de Quesada -célebre periodista isleño-, pasar junto al Rectorado de la ULPGC (que fuera primer Instituto de la ciudad y luego Hospital Militar) para llegar, por esa pista señera a la gloria que es la subida de la calle Obispo Codina, a la meta enclavada entre Catedral y Casas Consistoriales, bajo la mirada atenta de toda la historia grancanaria, en el corazón de la Plaza de santa Ana, recinto de todos los fastos y grandezas de la ciudad.
Ser corredor de la LPA TRAIL, como ya se ha resaltado desde los primeros momentos de esta prueba de Trail, es poder correr por los cinco sentidos de senderos y rincones que hablan y mantienen la memoria del devenir, del trayecto, de la difícil carrera que la propia ciudad tuvo que seguir, a través de sus 546 años de historia, para alcanzar la meta de la que hoy es una moderna, populosa, cosmopolita, hermosa y más que atractiva ciudad, una de las más importantes capitales de toda esta área del Atlántico, donde el deporte es parte consustancial en la vida cotidiana tanto de sus habitantes, como de los cientos de miles de visitantes que disfrutan de ella cada año, por lo que la LPA TRAIL, quienes participan en ella, se convierten en verdadero homenaje y símbolo de todo ello.
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