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Los 'días Del pino', días grandes de la Gran Canaria, en los que Teror es corazón palpitante de la isla, y la Villa Mariana capital institucional bajo el manto de su Patrona, este año el bellísimo manto verde, obra del inolvidable Francisco Herrera y Juan Carrasco, estrenado en las Fiestas del año 1980 con motivo de las bodas de Diamante de su Coronación Canónica, también nos traen la memoria y la presencia de la universalidad de esta devoción, hermanada con muchas otras poblaciones de estas islas, de la península y de América, como es el caso de la Ciudad de Niebla, en Huelva, donde hace doce años tuve el honor de pregonar y cantar las glorias de María en su advocación del Pino allí y en Teror. Así, desde esa perspectiva se pudo cantar, y ahora rememorar en este nuevo 8 de septiembre, como «El mástil, onubense e isleño/ de esta nave atlántica/ enramada de soles y lunas,/ es un ansioso preludio/ que tiene como faro al Pino/ y como único puerto/ a la Virgen de Niebla/ que fue romera sobre el océano».
Si en la vida no hay camino que se recorra con mayor satisfacción y hondo sentir que el que conduce a la reunión con la madre, que podemos decir de ese camino que nos lleva directamente al encuentro con Nuestra Madre y Señora, con la Madre de Nuestro Salvador que tenemos la inmensa suerte de tener también como Patrona de esta isla de la Gran Canaria, y escuchar, por todos los caminos que conducen a Teror, en su calle Real, en su plaza mayor, a miles de peregrinos que reiteran sus promesas, sus sentimientos, que parece susurrarles, bajo la umbrosa sombra de los pinares camineros, Virgen del Pino, tú qué sabes de nuestras penas, que olvidas nuestras flaquezas, que llegas hasta nosotros y que en Tú presencia se hace todo romería, eres alma de la vida de este pueblo que canta, sueña y camina, entre nubes de incienso y oraciones, prendido a Tú devoción, a la de esta Virgen que la popularísima copla de Néstor Álamo no dudó en cantar como la «Virgen más hermosa, la Virgen que tiene un niño, con su carita de rosa...». Y le añadiría, cuando los pasos de miles de peregrinos y romeros se encaminan a Teror, «Pino y pinares,/ camino derecho hacia el cielo,/ relicario y altar,/ trémulo temblar de isleños/ que a su Virgen peregrinan/ para cantarla:/ ¡eres Reina de cielos, de tierras y mar!».
Ahora, en el cantar grancanario debe hacerse presente la voz y el alma de las gentes y los devotos del Pino terorense, del lugar de Teror, o 'Terori', donde entre el ramaje del «pino iluminado» se descubrió, arropada por dragos, helechos y culantrillos, con una dulcísima fuente de aguas claras -lo que componía toda una cosmogonía isleña-, sobre un pilar de mármol, la sagrada imagen de María y entorno a Ella prendió una fe y una devoción inquebrantables y surgió una señera Villa Mariana. Y es que, como ya señaló Pablo Artiles en sus estampas isleñas, aquel pino santo «...se ha trastocado en faro luminoso, que atrae y vivifica, iluminando con sus resplandores de gloria, de amor y de fe a Gran Canaria, sus pueblos y sus campos, sus valles y sus montañas, sus cumbres bravías y sus pinares extensos, su historia toda, que se desliza junto a este pino santo de la tradición y la leyenda...». Y, como marcara el poeta aruquense Cipriano Acosta, «...es Teror, ese entrañable corazón de Gran Canaria, el altar mayor por derecho propio ante el que viene a arrodillarse toda esta redonda isla nuestra, como una enorme rosa viva y perfumada, abierta en los pétalos de trémula ternura a los pies de la Reina que preside nuestras vidas...», pues como resaltó, en definitiva, el escritor y dramaturgo isleño Claudio de la Torre, «...en el centro de la isla, rodeada de valles y montañas, en silencio, Teror seguirá siendo por los siglos nuestro retablo de paz...». Y recalcaba este sentir isleño Del Pino el escritor galdense José Rodríguez Batllori, en su pregón del año 1962 en Sevilla, al recordar como «Ya pasó el maravilloso espectáculo del imponente descenso de la milagrosa imagen desde su camerino al trono, ostentoso paso de rica plata repujada. Ya entró la Virgen en el santuario, después de un triunfal recorrido por las calles de la Villa, entre una fervorosa multitud que lo invade todo, llegada de todos los confines de la isla. Lleva el mando de los Pinos, su rostrillo de brillantes; el riquísimo broche bracamantón del siglo XVIII con cuatrocientos noventa y ocho diamantes... su corona de oro, madejas de perlas, broches, sortijas y pulseras de diamantes...». Y con ellos se puede en estas horas escuchar a todos los grancanarios, que a pie, o desde lo más hondo de sus corazones, se dirigen a Teror, exclamar: ¡Virgen del Pino! ¡Madre y Señora Nuestra! Pronto estaremos de nuevo en las calles de esta Villa, en los caminos que parten de ella, en el esplendor multitudinario de la anual romería a tu basílica.
Es todo ello reflejo de la emoción, del sentir, del cariño y del esmero con el que se prepara y se cuida esta celebración mariana. Es la honda satisfacción de contemplar el paisaje amplio que se envuelve con el manto verde de su Virgen de rostro fino, radiante de aires y horizontes, para unirse a su pueblo en el caminar romero. Un paisaje antiguo, de caminos 'de mar a cumbre', en la plenitud de una historia de siglos, y a la vez nuevo en el impulso de su mirada al progreso, pero siempre cercano y propio en el fervor de sus gentes a su Madre y Señora. Y todos con el recuerdo sublime, transmitido generación tras generación, de aquel relato en el que, el sacerdote Fernando Hernández de Zumbado, allá por la festividad Del Pino de 1782, subrayaba como «Nuestros padres nos han dicho que dirigidos por un resplandor maravilloso, la encontraron en la eminencia de un pino, rodeada de tres hermosos dragos, de cuyas ramas se formaba una especie de nicho; que una lápida muy tersa le servía de peana y que del tronco de aquel árbol nacía una fuente de árboles medicinales».
Llegan los días grandes Del Pino, con sus aromas, con sus alegrías y sus nostalgias, con la memoria de más de cinco siglos de hondas devociones, y sólo de las gargantas de los romeros de la Gran canaria puede salir un canto hondo, expresión de un sentimiento identitario, un canto que pide que suenen timples y guitarras, pues las olas cantarinas ya llegan alegres a playas y malecones, que la brisa del atlántico ya le canta, con una sonora caracola, a la Virgen del Pino ante su templo terorense.
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