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Lo primero. Tengamos claro que es un dilema. Según define la RAE: «Situación en la que es necesario elegir entre dos opciones igualmente buenas o malas». O sea, no vale evitar el pronunciamiento. Hay que escoger sí o sí entre dos alternativas. Y por experiencia sabemos que se hace alusión al término cuando tenemos ante nosotros un par de elementos que cuanto menos nos incomodan.
Así estamos los ciudadanos que nos hemos vistos representados esta semana en las sesiones para hacer presidente a Pedro Sánchez. Y así estuvimos cuando resultó fallida la intentona de Alberto Núñez Feijóo de ser el inquilino de Moncloa. En la balanza, dos propuestas que dan una vuelta de calcetín a España, sin aparente término medio. Mesura en ambos casos, escasa, si acaso a expensas del sentido común de los que fuimos llamados a votar en julio, con toda la parentela. Alternativas a primera vista, o estructurar un encaje que deja abierta la posibilidad de ir segregando regiones o casi imponernos el regreso al ignominioso periodo del tirano ferrolano.
De la opción de ultraderecha ya tuvimos padecimientos durante décadas. Y tengo entendido que no fueron tiempos mejores que los que ahora vivimos. Pese a ello, hay agentes sociales, económicos y castrenses con ganas de darle validez.
En cuanto a la propuesta vinculada a la amnistía a todo lo que tenga que ver con el secesionismo catalán estamos ante un melón todavía por abrir. La imagen que tiene de partida no es la mejor. Pinta fea, incluso. Pero al menos dispone de la ventaja de que está por ejecutar.
Vendrán otras elecciones. Y ya tendremos ocasión de cobrarnos lo que consideremos a bien o a mal para entonces. Hasta ese día, hagamos antes por salvaguardar lo que tenemos. El Parlamento es reflejo de lo que votamos. Y que así siga.
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