En esta décimo cuarta entrega de mi Rendición de Cuentas, deseo compartir algunas reflexiones sobre los viajes parlamentarios que realicé entre 1982 y 1986. En ... ese período, formé parte de diversas delegaciones del Congreso de los Diputados —y en ocasiones también con senadores de las Cortes Españolas—, representando a nuestro país en distintas instancias internacionales.
Como señalé en entregas anteriores, el hecho de haber sido elegido como vicepresidente Cuarto del Congreso de los Diputados durante la legislatura de 1982 a 1986 se debió a que ese puesto en la Mesa correspondía al Grupo Centrista de Unión de Centro Democrático (UCD). Este grupo, tras las elecciones del 28 de octubre de 1982, sufrió una derrota electoral devastadora: pasó de contar con 167 diputados a tan solo 12.
Fue una debacle política sin precedentes. Entre nosotros, nos llamábamos con amarga ironía «los doce apóstoles sin Jesucristo». Formábamos parte de ese reducido grupo destacados nombres como el expresidente del Gobierno Leopoldo Calvo-Sotelo; varios exministros como Pío Cabanillas, Martín Villa y Luis Ortiz; el ponente constitucional Gabriel Cisneros; dos exsubsecretarios, entre ellos el tinerfeño Luis Mardones, de Agricultura, y yo mismo, que había sido el último Subsecretario de Presupuesto y Gasto Público del Ministerio de Hacienda.
Fueron estos compañeros quienes me propusieron para ocupar el puesto en la Mesa del Congreso, compuesta por nueve miembros: un presidente, cuatro vicepresidentes y cuatro secretarios. La Mesa resultó finalmente elegida con cinco miembros del PSOE, dos de Alianza Popular, uno de Convergència i Unió, y yo, como representante del grupo centrista.
Dentro del desastre electoral de UCD, fue para mí una gran suerte y un inmenso honor ocupar la Cuarta Vicepresidencia, lo que me permitió —como ya señalé en una entrega anterior— presidir algunas sesiones del Pleno, así como formar parte de delegaciones del Parlamento español en diversos viajes y visitas a otros parlamentos de distintos países y continentes.
Debo decir que la evolución pacífica —yo diría ejemplar— de la política española, desde un régimen autoritario hacia una democracia plena, despertaba admiración y respeto. Eran muchos los Estados que solicitaban recibir delegaciones españolas en sus parlamentos, con el fin de conocer en mayor detalle el proceso de transición política que habíamos vivido. También fueron numerosas las visitas que recibimos en las Cortes por parte de representantes parlamentarios o gubernamentales de países muy diversos.
Todos los viajes que he mencionado fueron, sin duda, experiencias interesantes, unidos además por un hilo conductor común: estrechar las relaciones políticas, pero también culturales y económicas, con países en los que siempre encontramos muestras de admiración y afecto hacia el proceso de transición política que vivía España. Por entonces, nuestro país aún no había ingresado en la Comunidad Económica Europea —hoy Unión Europea— y era imprescindible tejer vínculos con otras naciones, incluso con aquellas muy distintas desde el punto de vista político.
Lógicamente, no pretendo relatar de forma pormenorizada cada uno de esos viajes e intercambios, todos ellos muy enriquecedores por diversas razones, ya que ello haría interminable este artículo. Sin embargo, me detendré en uno en particular, que sirve, de alguna forma, como ejemplo o reflejo de todos los demás, y cuyas razones explicaré brevemente.
En 1984 viajamos a Zimbabue, la antigua Rodesia, una excolonia británica que había alcanzado su independencia recientemente, en 1979. Su capital, Harare —antes llamada Salisbury—, donde se encontraba su parlamento, nos recibió en mayo de aquel año.
¿Por qué fuimos allí? En principio, fue el Gobierno de España, presidido entonces por Felipe González, quien nos planteó la conveniencia de realizar el viaje, con el objetivo de ratificar, mediante nuestra presencia, el carácter democrático de esa nueva etapa postcolonial: el nacimiento de un país independiente.
Sin embargo, existía también un motivo, digamos, más prosaico. El nuevo gobierno de Zimbabue acababa de adquirir seis aviones españoles, fabricados por la empresa pública CASA, para su limitada fuerza aérea. Con esta visita parlamentaria, España quería agradecer ese gesto y, al mismo tiempo, aprovechar la ocasión como escaparate para promover futuras compras similares por parte de otros países africanos.
Al mismo tiempo, existía otro asunto de gran relevancia: el interés nacional de España por reforzar sus relaciones diplomáticas, políticas e incluso económicas con diversos países africanos. Esta preocupación estaba estrechamente relacionada con la delicada cuestión del Mpaiac y el riesgo de que, en África, especialmente en el seno de la Organización para la Unidad Africana, pudiera consolidarse la idea de una Canarias independiente de España. Como es sabido, este tema había recobrado cierta actualidad tras la muerte de Franco y contaba con apoyo político en algunos sectores de la sociedad canaria.
Baste mencionar, en este contexto, que Fernando Sagaseta, de la Unión del Pueblo Canario, fue elegido como uno de los seis diputados por la provincia de Las Palmas en las elecciones de 1979. Compartimos vivencias importantes, como el intento de golpe de Estado de Tejero en febrero de 1981.
Quiero añadir, al recordarlo, que siempre existió entre Fernando y yo un profundo respeto e incluso un aprecio personal, a pesar de las marcadas diferencias políticas que, en más de una ocasión, nos llevaron a confrontaciones dialécticas en la tribuna del Congreso.
Pero vuelvo al viaje a Zimbabue que, para mí, como canario, resultó, por las razones ya mencionadas, doblemente interesante. Y realmente lo fue. Allí pude apreciar con mayor profundidad el impacto que tenía, en ciertos círculos africanos, el debate sobre Canarias. Para defender la españolidad del archipiélago, así como el deseo mayoritario del pueblo canario de seguir siendo parte de España y aspirar a una futura integración en Europa —eso sí, preservando nuestras singularidades económicas y fiscales— conté en ese viaje con una valiosa ayuda que quiero destacar aquí.
En la delegación viajaba un letrado de las Cortes Generales, y entre ese cuerpo de funcionarios altamente cualificados se encontraba Íñigo Méndez de Vigo, también diplomático por oposición. Íñigo fue, años más tarde, ministro de Educación, Cultura y Deporte, y portavoz del Gobierno durante la presidencia de Mariano Rajoy. Desde estas líneas, quiero agradecer sinceramente sus esfuerzos durante aquel viaje a Zimbabue para defender, con sólidos argumentos, la españolidad de Canarias.
De nuestro viaje a Zimbabue en 1984, quiero destacar no solo los paisajes únicos que tuvimos la suerte de contemplar —como las majestuosas Cataratas Victoria, las más anchas y caudalosas del mundo—, sino también la impresión positiva que nos causó la situación política del país en aquellos primeros años de su independencia.
Nos llamó la atención que, de alguna manera, existían ciertas similitudes con la transición política vivida en España. En nuestro caso, tras la muerte de Franco en 1975, pasamos de un régimen autoritario a una democracia; en el caso de Zimbabue, de un régimen colonial, también autoritario, a la independencia. Ambos procesos, aunque con sus diferencias naturales, se llevaron a cabo de forma pacífica y consensuada.
En efecto, los políticos británicos y los líderes africanos de esa antigua colonia llegaron a un acuerdo en 1979 para otorgar la independencia, y lo hicieron a través de la Constitución de Lancaster House, que estableció un parlamento compuesto por 100 miembros: 80 de raza negra y 20 blancos. En ese momento, el país albergaba una población de alrededor de 8 millones de africanos, mientras que la población inglesa ascendía a unos 300,000 habitantes. Así, de manera pacífica y consensuada, y con el acuerdo formalizado en Londres, se dio paso a una transición hacia una convivencia que permitió mantener una economía relativamente próspera en un país rico en minerales, agricultura y ganadería, además de contar con destacados atractivos turísticos.
La verdad es que, al observar en ese lugar el espíritu de convivencia pacífica entre dos razas y culturas tan diferentes, con un pasado colonial tan reciente, no pudimos evitar notar ciertas similitudes con la convivencia en España después de la transición política del postfranquismo. En Zimbabue, como invitados, tuvimos la oportunidad de asistir a una sesión de su parlamento, y un ejemplo muy significativo de la transición ejemplar que menciono fue la presencia de Ian Smith, el anterior gobernador británico de la ya excolonia, entre los 20 diputados blancos que se encontraban allí.
Es cierto que la situación política de Zimbabue ha empeorado en las últimas décadas, a pesar de que el presidente en funciones sigue siendo el mismo de entonces, Robert Mugabe, hoy considerado un dictador no democrático. En ese país, tanto los blancos como los disidentes negros han sido perseguidos de manera cruel, y su número ha disminuido drásticamente, con la mayoría de ellos habiendo huido a Sudáfrica o Zambia. Esto se debe al régimen dictatorial y represivo que sigue vigente.
Sin embargo, no me corresponde analizar la situación actual, ya que en esta Rendición de Cuentas mi objetivo es informar a mis conciudadanos sobre lo que hice durante el tiempo en que les he representado, gracias a sus votos y apoyo, con los que siempre conté en las doce elecciones a las que me he presentado. He destacado especialmente este viaje debido a las similitudes políticas de esa etapa con la situación vivida en ambos países en los primeros años de la década de 1980. Además, al tratarse de un país africano, lo considero relevante dada nuestra ubicación geográfica, lo que me parece digno de ser mencionado sin necesidad de mayores justificaciones
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