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Imagino que Pedro Sánchez habrá dejado de jugar en la piscina de La Mareta con ZP e Illa muy triste. Debe ser bastante duro que, estando de vacaciones con los amigos, te obliguen a coger un avión para saludar a ese antipático de Clavijo, que nunca ríe las gracias, y siempre está enfadado, pidiendo cosas. «¿Cómo lo hará ZP para que, aún con todo el país buscándolo para pedirle explicaciones sobre su alianza con Maduro, nadie lo moleste ni lo saque de su piscina?», reflexionaba un cada vez más enfadado Sánchez, mientras se sacaba con la toalla y le decía a Illa que volvería pronto. «Ya me podrían haber puesto este encuentro aquí cerca, y no en La Palma».
Lo cierto es que lo de La Palma es un poco ridículo, teniendo en cuenta que el tema principal de la reunión era el colapso que vive Canarias por el drama de la migración, con unos espacios de acogida abarrotados y con un récord de llegadas. Pero claro, siempre hay un genio que piensa. «Vamos a hacerlo en La Palma, que así le damos bola por lo del volcán, y de paso dejamos contento al canario». Y allí llegó el hombre, con ese inconfundible bronceado conejero, esa irresistible sonrisa de Hollywood, y ese séquito del miedo, a ver si alguien dice algo que no le gusta y ofende al gran líder.
El ministro Torres está más envejecido desde que se mudó a Madrid. Debe ser inaguantable saber que Sánchez hoy te sonríe y mañana, según lo que haya soñado, te dice adiós. Eso debe estresar mucho, y más con un tema tan molesto para él como los migrantes, peccata minuta en comparación con los verdaderos problemas de España, más en el norte que en el sur. De ahí que su séquito del terror no parara de decir aquello de «gracias por venir, Pedro. Muchas gracias».
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