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Javier, 40 años

Domingo, 10 de diciembre 2017, 10:57

El 4 de diciembre de 1977 en las calles de Andalucía se reivindicaba alcanzar el máximo nivel de autogobierno. Distintos actos han conmemorado esa histórica fecha y recordado, además, a Manuel José García Caparrós, un joven obrero que fallecía ese día en Málaga atravesado por una bala procedente, según todos los indicios, de la pistola disparada por un policía armada. Pero el caso, como tantos otros, fue sobreseído; y el presunto responsable siguió ejerciendo su tarea en otro lugar hasta su jubilación.

Apenas una semana después de la tragedia de Málaga los hechos luctuosos se repetían. En esta ocasión en La Laguna, en la isla de Tenerife. El estudiante grancanario Javier Fernández Quesada, de 22 años, fallecía el 12 de diciembre tras recibir un balazo en las mismas puertas de la Universidad en la que cursaba estudios de Biología.

No fue la única muerte violenta en Canarias en aquellos convulsos años por actuaciones de las fuerzas de orden público o militares.

Tras la Marcha Verde impulsada por Hassan II en noviembre de 1975, que logra la ocupación marroquí del territorio, el tercio don Juan de Austria de la Legión es trasladado desde el Sahara a la isla de Fuerteventura; y son múltiples los incidentes que provocan algunos de sus miembros –robos, asaltos y hasta el secuestro de un avión- , el más grave el asesinato del alcalde pedáneo de Guisguey, Pablo Espinel de Vera, en su domicilio, en abril de 1976.

Otras personas perdieron la vida en Canarias en actuaciones, casi nunca aclaradas, de las fuerzas de seguridad del Estado. Entre ellas, el estudiante Bartolomé García Lorenzo, en septiembre de ese mismo año, en Santa Cruz de Tenerife, ametrallado en una vivienda del barrio de Somosierra, tras confundirle, eso dijeron, con Ángel Cabrera, el rubio, a quien buscaban por el secuestro de Eufemiano Fuentes. «Tu sangre llueve, nos fecunda y cala, / porque la Libertad no se regala, / solo, con heroísmo, se edifica», escribió el poeta Félix Casanova de Ayala en homenaje al joven.

Un año antes había tenido el mismo trágico final en Tenerife el sindicalista Antonio González Ramos, militante de CCOO y de OPI -grupo escindido del PCE y que luego se convertiría en el PUCC-, a causa de las torturas infligidas por el tristemente célebre comisario José Matute. Con más suerte, Arcadio Díaz Tejera, ex diputado del Común de Canarias y hasta el año 2015 senador socialista por Gran Canaria, también había sufrido las brutales palizas del ultra violento Matute, cinturón negro de judo. Este huiría después a Brasil y Venezuela y regresaría a España en plena transición democrática. Amnistiado, recuperaría su puesto en la policía.

huelga general. Y, como señalamos antes, el 12 de diciembre de 1977, fallecería en la puertas de la Universidad de La Laguna Javier Fernández Quesada. Una bala atravesó su corazón en una jornada de lucha obrera, con una convocatoria de huelga general en apoyo a sectores del transporte, del tabaco y del frío.

La huelga general, que no convocaron los grandes sindicatos, tuvo un irregular seguimiento. En La Laguna se produjeron algunos altercados y se levantaron barricadas en distintos puntos, entre ellos las cercanías del campus universitario. La policía fue desarticulando progresivamente la movilización. Y un grupo de estudiantes se refugió en el edificio central de la Universidad de La Laguna. Pasado el mediodía, eran apenas unas decenas de personas –aunque la falseada versión oficial las elevó a 500- las que mantenían la protesta en los alrededores del centro universitario. Entonces se produjeron hechos que aún me cuesta entender. Pude observar todo desde la azotea del edificio en que vivía entonces, muy cercano a la sede universitaria. Lo mismo le ocurrió, creo recordar, al entonces diputado socialista Luis Fajardo Spínola, que residía en un edificio adyacente.

Eran poco más de las 14.30 cuando comenzaron a entrar en el campus varios jeep de la guardia civil. Nos llamó la atención que no fuera la policía antidisturbios, más que suficiente para la dimensión menguante de la conflictiva situación. Y nos sorprendió, más aún, cuando comenzaron a disparar contra el frontis de la sede académica y no parecían balas de goma.

Poco después, un chico agitando un pañuelo blanco trató de acercarse al lugar donde se encontraban los guardias civiles, para avisar de que había un herido grave, y fue recibido a golpes por estos. Casi inmediatamente, otros jóvenes bajaban el cuerpo sin vida de Javier por las escaleras del recinto. Antes, habían intentado reanimarlo, pero una bala le había atravesado el corazón. Su muerte debió ser prácticamente inmediata. Otros dos jóvenes resultaron heridos esa jornada por balas perdidas en la zona cercana al despliegue policial.

luis mardones. Cuatro décadas después sigo sin entender por qué Luis Mardones, gobernador civil de entonces, autorizó el despliegue de la guardia civil, absolutamente desproporcionado e inadecuado. Cómo sus mandos decidieron disparar balas auténticas, no de fogueo, y causar una muerte que pudieron ser muchas más. Cómo aquel número concreto de la guardia civil desde las escaleras que daban acceso al hall de la Universidad disparó con frialdad contra el joven estudiante. Cómo los hechos no fueron suficientemente investigados y se saldaron, como tantos otros, con la absoluta impunidad de los responsables.

Las jornadas posteriores a su muerte fueron tan terribles como difíciles de olvidar. Centenares de policías procedentes de Córdoba y Zaragoza, enviados por el ministro Martín Villa, causaron verdadero terror en la ciudad de Aguere, con una violencia inusitada que hacía imposible salir a la calle. También hubo tensión en la capital grancanaria tras el entierro de Javier Fernández Quesada.

Estos días se cumplen cuarenta años de aquellas luctuosas jornadas, en medio de un proceso, la transición política, que tuvo numerosas luces y sombras. Una transición que ni fue tan modélica como señalan algunos ni tan apocalíptica como apuntan otros, y que nos permitió superar la ignominiosa dictadura y establecer un sistema democrático; con imperfecciones, como todos, pero que no admite comparaciones con el brutal régimen franquista. Queda, debe quedar, la memoria y el respeto a tantas víctimas inocentes. Y la obligación moral de que nunca más se vuelvan a repetir hechos tan dolorosos e injustos.

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