Inmoralidad política
Ultramar. «La pluralidad garantiza diversidad y en su defensa debieran estar cuantos estimen vivir entre iguales» Vicente Llorca
Hace muchos siglos los filósofos estoicos ya advertían que la obscenidad en el lenguaje es el primer indicio de la inmoralidad política. Bien haríamos, en estos tiempos en los que la descalificación se ha impuesto a la discusión, y la ridiculización al debate, aprender de los clásicos. Los políticos y los periodistas, sobre todo porque el sentido cívico es el que ha de guiar a los medios de comunicación frente al empeño de los que se dedican a la política, que entienden la información como propaganda y no como elemento movilizador que ayuda a la reflexión o permite crear una conciencia entre los ciudadanos.
En esta semana en que hemos celebrado la festividad de San Francisco de Sales, patrón de los periodistas, que prácticamente ha coincidido con el estreno de la película Los documentos del Pentágono, un hermoso canto a la importancia del periodismo, conviene recordar que no hay pueblo seguro y libre si no está bien informado y hay que reiterarlo porque en estos tiempos son demasiados los que se aplican en quitar fundamento a la razón periodística, unos sucumbiendo y otros dando pábulo a la obscenidad, al punto de que para la mayoría de los rectores de la sociedad los periodistas no solo se la juegan si critican, sino que los ponen en la picota si no alaban lo suficiente.
Esas tenemos, solo les importa que gane su partido, su grupo o facción, no que ganen los mejores, en el sentido moral y cívico, parafraseando a Václav Havel, disidente primero y presidente después de Checoslovaquia, tras la caída del muro de Berlín. Y para que ganen los mejores es precisa la existencia de medios que se apliquen en explicarnos la realidad que nos cuentan, inquietarnos, emocionarnos, hacernos pensar para alimentar la necesaria conciencia crítica que da razón de ser al ciudadano. Pero, claro, eso no interesa en tanto en cuanto puede poner en solfa la inmoralidad reinante.
Sin embargo, les guste o no, no puede haber democracia si no hay participación constructiva del ciudadano en el debate público y para ello es decisivo el papel de los medios de comunicación libres y creíbles, pues no en vano, insisto, dan la opción de fiscalizar la acción pública de los representantes democráticamente elegidos cada cuatro años. Por tanto, alerta ante el galope desbocado de una cultura que se refugia en la banalidad, los realitys, unos pocos caracteres y en la que reina el entretenimiento en exclusiva.
Decía Gustavo Martín Garzo que no nos basta vivir sino que necesitamos hacer de nuestra vida una historia que merezca la pena contar. Y los periódicos son el relato polífónico de un pueblo entero, «y un pueblo que se atreve a hablar de lo que pasa está a salvo de la intolerancia y la locura».
Cuidado, pues, porque el día que dejen de estar ya será demasiado tarde y no habrá vuelta atrás. La pluralidad garantiza diversidad y en su defensa debieran estar cuantos estimen vivir en una sociedad de iguales. Lo contrario es el reino de la propaganda, el discurso único, unidireccional, donde no hay ida y vuelta y solo participan los dirigentes. La verdad tiene que tener muchos colores.