La inercia milenaria de la violencia machista
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El viejo tango, machista y simiesco, dice «la maté porque era mía». Nadie es de nadie, y ese orgullo estúpido que se ubica en otra persona en el colmo del absurdoNecesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
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La inercia milenaria de la violencia machista
Por Emilio González Déniz
La violencia se ha enseñoreado del mundo. Lo más terrible de todo es que un ser humano no pueda sentirse seguro ni entre las personas que supuestamente conforman su familia. Y ahí está la violencia contra los niños o contra los ancianos, y sobre todo la violencia contra las mujeres, que es ejercida por hombres que se las tienen de muy hombres, cuando la hombría es inversamente proporcional al uso de la violencia. La expresión «crimen pasional» es un eufemismo y es mentira: quien siente pasión por algo no lo destruye. El viejo tango, machista y simiesco, dice «la maté porque era mía». Nadie es de nadie, y ese orgullo estúpido que se ubica en otra persona en el colmo del absurdo. En Turquía o en La India los propios familiares asesinan a mujeres que han sido violadas, porque esa violación es una vergüenza para el clan familiar y lavan su honor matando a la víctima.
Trasladado a Occidente es el estúpido honor calderoniano, el que hasta no hace mucho hacía que dos hombres se batieran en duelo porque habían sido ofendidos en otra persona (su esposa, su hermana, su novia). Estos tics ancestrales hacen que el hombre se comporte como los animales que pelean por su territorio o por la hembra en época de celo. Y ahora que conmemoramos el Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres, los hombres deberíamos hacer piña, porque si nosotros no damos un paso al frente contra esta barbarie estaremos siendo cómplices con máscaras de buenas personas.
Inmediatamente surge un mantra que se repite hasta el cansancio: «es un problema de educación», y se mira hacia la enseñanza. Es cierto que en las aulas la educación para la igualdad es muy necesaria, pero la vida también está fuera de las puertas de los colegios. Dice un adagio africano que para educar a un niño hace falta toda la tribu, y esa tribu empieza por la propia familia, pero luego están los estímulos externos que llegan a través de los medios de comunicación, y es ahí donde también hay que hacer una labor fundamental. Los medios audiovisuales tienen una penetración social tremenda, imposible de conjurar por una escuela, y los deslices machistas son continuos, cuando no conforman la columna vertebral de programas de televisión, en los que las mujeres son tratadas como objetos. El mundo de Internet merece espacio aparte, porque hoy la red preside la vida social, para lo bueno y para lo malo.
Y aunque esta educación fuera suficiente, la mayor parte de la sociedad ya no acude a la escuela. Pero la educación dura toda la vida, y los adultos también reciben estímulos de todo tipo que inciden en sus comportamientos. Y en eso hay que ser muy cuidadosos, porque más de una vez ocurre que, tratando de concienciar en este asunto y obrando de buena fe, se mete la pata, como ocurrió hace unos años, cuando el ayuntamiento de Zamora, tratando de acabar con los chistes que degradan a la mujer, llenó la ciudad de chistes machistas. No sé si esos vídeos institucionales con escenas muy realistas de violencia, que tratan de alertar sobre el problema, pueden generar en muchas personas los mismos efectos que se presume a los chistes machistas de Zamora.
Lo más terrible es que, en los últimos tiempos, está habiendo un repunte, y lo que preocupa es que esa violencia aumenta más en jóvenes e incluso adolescentes; aparecen con demasiada frecuencia distintas manifestaciones públicas, incluso algunas que se
supone de resabido corte intelectual, en las que figurones que se sienten por encima del bien y del mal hablan sin freno y dicen tales barbaridades que hacen que uno viaje hacia atrás en el tiempo, como si estuviera leyendo las consignas de la Sección Femenina del franquismo. Y hemos de ser conscientes de que todos hemos sido educados en el machismo secular, y que hemos de estar muy alerta porque, desde que perdamos la centinela de la racionalidad, salen a pasear cinco mil años de inercia. También las mujeres. Ojalá muy pronto, por innecesario, podamos tachar de los días reivindicativos el que nos recuerda el horror machista. Mientras tanto, apliquemos la doctrina de que cada día es 25 de noviembre.
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