Una guerra que frena la recuperación
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Para los ucranianos, la situación es casi de absoluta soledad. La OTAN no puede intervenirNecesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
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Las gestiones diplomáticas fracasaron por completo y se cumplió el peor de los augurios: la invasión de las tropas rusas en suelo de Ucrania, una ofensiva que ha ido mucho más allá de las provincias separatistas prorrusas y que coloca a la capital, Kiev, bajo un asedio constante. El presidente ruso, Vladimir Putin, ha hecho caso omiso a los llamamientos de las principales cancillerías occidentales y tampoco ha atendido la desesperada petición del secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, para deponer la armas.
Para los ucranianos, la situación es casi de absoluta soledad, más allá de la siempre valiosa ayuda humanitaria. La OTAN no puede intervenir porque sus estatutos impiden hacerlo en defensa de un país que no sea miembro de la Alianza, mientras que otros estados que están igualmente fuera del paraguas de la OTAN, pero que se miran en el espejo de Ucrania, como es el caso de Suecia y Finlandia, ya han recibido la amenaza de Moscú: sufrirán represalias militares si dan el paso de pedir la entrada en la Alianza.
Como en todo conflicto bélico, más allá de las razones que puedan esgrimir los contendientes, está el drama de una población civil sometida a los bombardeos. Decenas de miles de ucranianos tratan de salir a la desesperada de un país sumido en el colapso y ya la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) ha estimado que esa emigración pueden rondar los 4 millones de personas. Al drama de esas personas se une la urgencia de los países fronterizos para atenderlos, con el añadido de que probablemente muchos opten por no regresar a una Ucrania devastada por la guerra y puede que bajo el yugo de Putin.
El pasado jueves, las bolsas de todo el mundo registraron bajadas acusadas ante el inicio de la ofensiva rusa. El rebote experimentado el viernes puede irse al traste si se prolonga el conflicto y más aún si, como piden Ucrania y otros países, se incrementan las sanciones a Rusia y queda fuera del sistema de transacciones bancarias seguras. Nos encontramos, por tanto, con un escenario que golpea a Occidente cuando afrontaba una incipiente recuperación tras los estragos de una pandemia que sigue activa. El incremento de precios energéticos se acentúa por la importancia del gas en la zona del conflicto, con su impacto demoledor en el conjunto de bienes y servicios.
Para destinos turísticos como Canarias, una prolongación de la guerra y, sobre todo, una hipotética expansión a otros países, sería especialmente grave. Las aerolíneas ya se encuentran entre las más afectadas en las bolsas y el encarecimiento del petróleo derivará inevitablemente en una subida de precios y una reconsideración de las estrategias en todos los mercados.
Sobran, por tanto, las razones para apelar a una paz urgente. Por el bien de los ucranianos en primer término, pero también del conjunto de Europa. Una Europa que debe reflexionar a fondo sobre su irrelevancia en la política internacional, porque ni el Consejo, ni la Comisión, ni las gestiones de Francia, Alemania y otros países han servido para que Putin reconsiderase sus planes.
Estamos, como advertía el comisario Josep Borrell, en uno de los momentos más críticos de la reciente historia de Europa. Pero estamos también con la Europa más débil de las últimas décadas. Y Estados Unidos ya demostró con Afganistán que no quiere seguir jugando a resolver problemas fuera de sus fronteras.
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