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Un simple recorrido por ese campo sembrado de minas en que se ha convertido X le carga a uno de razones para empezar con mal sabor de boca el 2024. Con la inquietud añadida de no saber hasta qué punto esos mensajes son fruto de una minoría, o si, por el contrario, son la cúspide de un peligroso iceberg social.
Cada vez es más frecuente leer tuits, escritos algunos por personas con cierta influencia, en los que abiertamente se vincula a cierta población inmigrante con la violencia sexual. Así, por la cara. Afirman que en tanto que hay africanos, ya sean magrebíes o subsaharianos, se disparan las agresiones sexuales.
Me pregunto en qué se diferencia esta forma de pensar de la que llevó al apartheid en Sudáfrica o a las políticas de segregación racial en EE UU, dos deleznables y vergonzantes escenarios que la humanidad, falsamente, visto lo visto, creía superados. También entonces se vinculaba a los negros, o a los afroamericanos, con lo peor del ser humano.
Es inadmisible e insostenible, por eso me pregunto también cómo es posible que se consienta tremendo disparate. A los que defienden argumentos semejantes debería caerles el peso de la ley. La libertad de expresión es un derecho fundamental, pero tiene sus límites, no puede usarse como tabla rasa para lo que sea.
Estuvo y está mal que alguien desahogara sus miserias o frustraciones personales o deportivas insultando a Vinicius con adjetivos racistas, como nos escandalizó a muchos, pero también está mal que alguien suelte sus ignorancias atávicas sobre un grupo de africanos anónimos que festejan la Nochevieja en no sé dónde. Todo racismo es despreciable y la ley debe ser implacable contra cualquiera de sus manifestaciones.
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