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Me temo que ha sido peor el remedio que la enfermedad. Es posible, no lo discuto, que el presidente Pedro Sánchez haya salido reforzado personalmente ... y también de cara a su propio partido tras estos cinco inéditos días de reflexión que se autoconcedió. Pero tengo mucho más claro que esta fórmula no ha contribuido ni contribuye a rebajar la tensión política en la que lleva instalado este país desde hace demasiado tiempo. Antes al contrario.
Hay dos Españas tras la dichosa carta: la de los que respiraron aliviados cuando Sánchez dijo que decidía seguir y la de los que se quedaron con las ganas de verlo marcharse. Si los ánimos estaban encrespados, ahora ya están desatados.
Hay una parte de los españoles, entre los que me incluyo, que ni nos sentimos parte de esa España entregada al supuesto líder mesiánico, como si la democracia de este país pasara sí o sí por la mano de Pedro Sánchez, ni tampoco de esa otra España a la que tanto le cuesta llamar dictador a Franco y que con tanta frivolidad califica así al actual inquilino de La Moncloa.
Es verdad que el ambiente es irrespirable y que es inadmisible el uso torticero que hacen de la justicia sectores vinculados a la derecha para eliminar al rival político (hay casos ya constatables como el de Victoria Rosell o Mónica Oltra), pero al presidente de mi país yo le exijo un plus de responsabilidad.
Anuncia que se marca como reto la regeneración democrática. Aún no sabemos cómo, pero a mí se me ocurre un punto de partida: que el Gobierno central dé ejemplo y que empiece por rebajar el tono, que de verdad tienda la mano a la oposición. Unos y otros, cada uno a su estilo, ha levantado sus propios muros de intolerancia respecto al otro.
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