Por si le interesa
Orgullo agridulceEstos días no pude evitar cierta sensación agridulce tras leer las crónicas que hicieron varios compañeros de la última sesión plenaria del Ayuntamiento de Las ... Palmas de Gran Canaria. Según contaban (yo no estuve allí ni lo he podido ver), una edil del PP, María Amador, reivindicó su derecho a amar libremente y confesó públicamente que estaba enamorada de una mujer.
Sus palabras emocionaron a la inmensa mayoría de concejales, al margen de sus respectivas siglas, y dieron lugar a un espontáneo aplauso de arrope, del que, por cierto, no participaron los ediles de Vox. A mi juicio, las palabras de Amador fueron un golpe de dignidad y de firmeza en la defensa de sus derechos que se antoja muy necesario en el contexto en el que vivimos, o mejor, en el que algunos quieren que vivamos.
Pero al mismo tiempo son la constatación de una involución, la que lleva a que tengamos que asistir a escenas que serían más propias de un pleno de finales de los años 70 o de principios de los 80 del siglo XX y no de una sesión de 2025 y tras casi 50 años de democracia. Los que rechazan que María pueda cantar a los cuatro vientos que ama a una mujer se escudan en su derecho a opinar diferente. Nadie se lo impide.
Este país consagra la libertad de opinión. Otra cosa es que esa opinión sea respetable, porque no lo es. Y otra cosa también muy distinta es que pretendan que aceptemos que esa opinión tenga recorrido normativo. ¿Por qué? Porque sería como aceptar que María no tiene los mismos derechos que el resto de nosotros, que ha de ser discriminada, o condicionada, por su orientación sexual. Ahí nos tendrán de frente, como estos días demostraron muchas miles de personas en Hungría.
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