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Hay versiones para todos los gustos. Los medios de izquierda dicen que no jugó ningún papel significativo en las últimas elecciones vascas. Los de derecha, ... en cambio, alegan que fue determinante. Lo cierto es que, más allá de interpretaciones, que un candidato con credenciales para convertirse en lehendakari, porque así lo vaticinaban varias encuestas, no llamara a ETA por su nombre en plena campaña electoral, no podía ni pudo ni puede pasar desapercibido. Y menos en Euskadi.
Gracias a un buen ejercicio de periodismo, el líder de EH Bildu, Pello Otxandiano, se quitó la careta seis días antes de los comicios y se lio en un circunloquio enrevesado para no terminar de reconocer lo que le preguntó Aimar Bretos: que ETAes un grupo terrorista. A lo más que llegó fue a llamarlo grupo armado. Más de cuatro que le iban a votar se echaron para atrás.
Si de verdad ese sector de la izquierda abertzale del que viene Otxandiano, el más vinculado a Sortu, es decir, a HB, quiere demostrar que ahora su apuesta es democrática y no violenta, no le quedará más remedio que cortar radicalmente con ese pasado y eso implica, por ejemplo, de entrada, reconocer que lo de ETA fue terrorismo y que su lucha, su forma de lucha, no fue nunca legítima.
Dicho esto, tengo la sensación de que los resultados de estas últimas elecciones, con ese ascenso tan espectacular de EH Bildu, capaz de seducir a un volumen de población vasca tan significativo, deberían invitar a ciertos partidos a reflexionar sobre si se les puede seguir tratando como apestados, como algo residual. ¿O es que cabe despacharse a 341.000 votantes como herederos de ETA o de los terroristas?
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