Doble discapacidad
El triste incidente producido días atrás con ocasión de un concierto didáctico de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria ha servido para poner el foco ... en un drama que, sin embargo, es más habitual de lo que parece, pero que las familias viven en la intimidad de sus hogares o de sus círculos más próximos. No hay que negar lo obvio. Se han logrado mejoras significativas en el respeto a las personas con discapacidad, tanto legislativas como sociales, pero, no nos engañemos, aún queda mucho por hacer.
La prueba la volvimos a tener con ese concierto, cuando el presentador echó de la sala al alumnado con necesidades especiales, porque, a su juicio, molestaba. Ese gesto, claro, directo, no dejó lugar a la interpretación y ha enfadado a propios y extraños. La reacción ahí estaba clara. El problema es que ese tipo de feos a quienes no tienen las capacidades normativas suelen ser bastante más sutiles, tanto, que a veces resultan invisibles a ojos del resto. Pasa a diario y afecta a miles de personas. En colegios, en trabajos, en colectivos.
A la persona con discapacidad, obligada, por sus circunstancias, a superarse, se le presenta otra discapacidad paralela, menos evidente, la de la sociedad en la que vive para que no se lo esté recordando permanentemente, para que no haga sino repetirle: no, esto no es para ti no, no, tú no puedes. A veces esa piedra en el camino está en el sitio más inesperado:en el viaje de fin de curso, en la visita a un centro cultural, en la necesidad de ir al baño,...
Es verdad que están acostumbrados a pelear. Esos noes no los rinden fácilmente, pero los agotan, porque les exigen un esfuerzo extra al que ya de por sí les tocaba. En silencio. Sin el eco de un titular en el periódico o en la tele.
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