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Andan liados estos días en X. Basta darse una vuelta para toparse con sesiones gratuitas de canibalismo. Perfiles de uno y otro lado del espectro ... ideológico, los de los sectores más radicalizados de ambos bandos, están enfrascados en una cacería colectiva de identidades que parece que no dejará títere con cabeza. Se han organizado verdaderos comandos para, pista a pista, ir dando con las personas que realmente están detrás de algunos de los perfiles más activos, y más cañeros, y exponerlos al escarnio público.
Algunos de los afectados, de esos a los que les han quitado la careta y de quienes se han colgado hasta fotos, se han mandado directamente a mudar. Y no es difícil encontrarse, en mitad de la refriega, con entusiastas tuits del ministro Puente, que, por cierto, más bien debería dedicar su tiempo a poner orden en su caos ferroviario.
No les voy a negar cierto voyerismo personal. No deja de haber cierta justicia poética cuando uno ve que gente de uno y otro signo que ha hecho tanto daño, que ha contribuido tanto a generar mal rollo, ande ahora a dentelladas entre ellos. Pero no, no nos engañemos. No está bien. No dejan de ser linchamientos públicos. Antes se usaban piedras, ahora tuits ofensivos e intimidatorios.
Lo único positivo, pensé estos días, es que, quizás, así, ahora que lo viven en carne propia, unos y otros aprendan la lección de que esta no es la manera. Pero no. Mi gozo en un pozo. Una de las afectadas concedió ayer una entrevista y dijo sentirse víctima de una especie de tablero del odio cuando ella no ha hecho otra cosa más que sembrarlo. Confunden opinar con insultar y, para colmo, exigen al otro lo que ellos no dan. Respeto. Eso es lo que falta. Respeto.
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