Amnistía sí, pero no así
El diálogo es la mejor arma en un conflicto. Es, desde luego, la fórmula que menos víctimas deja y que más puede contentar a todas ... las partes. Por eso entiendo también que, a la hora de abordar el conflicto político que subyace tras el procés, es más efectiva una mesa de diálogo que la imposición del artículo 155.
La intransigencia y la falta de escucha solo generan más descontento y, por tanto, más independentismo en Cataluña. Así lo avalan los resultados de las encuestas y, sobre todo, de las elecciones. Cuanto más se les ataca, más se crecen, es decir, más votos sacan.
Dicho todo eso, a mi juicio, la aplicación de una amnistía, bien entendida y en el contexto adecuado, tendría más efectos positivos que negativos. Más todavía en un caso como este, un conflicto de carácter interno que compromete la buena convivencia entre españoles, que debería ser, en último término, la aspiración de todos. No hay que olvidar que el procés es mucho más que Puigdemont. Afecta a una importante base social en Cataluña.
¿Dónde está entonces el problema? En el cómo, en el contexto. Es una amnistía sin consenso y fruto de una negociación poselectoral. Una ley de ese calibre solo puede hacerse en favor de una reconciliación y no a cambio de unos votos en el Parlamento.
¿El resultado? Nace viciada. Pacificas Cataluña, cierto, pero crispas a muchos españoles que, además, ven con perplejidad la altanería de los amnistiados, que no aflojan un punto y siguen en pie de guerra. Y para colmo de males, generas un peligroso caldo de cultivo para que los extremistas ahonden en la polarización que ya divide a este país.
¿Esto va a romper España? No, pero se le ha tendido una alfombra roja a los agoreros del apocalipsis.
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