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El mayúsculo escándalo, de dimensiones estratosféricas, que se montó con el inadmisible beso de Rubiales a Hermoso no fue sino el golpe de cocción que ... hizo estallar una putrefacta olla a presión, la de la gestión del fútbol profesional al más alto nivel, plagada de irregularidades, comportamientos inaceptables, acciones bochornosas y decisiones tan controvertidas como poco justificables.
La lista es larga: la celebración de la Supercopa de España allende las fronteras, las escuchas que revelaban el cobro de comisiones más que obscenas, el menosprecio a las jugadoras cuando levantaron la voz hace un año, un supuesto viaje de placer a Estados Unidos del presidente de la federación... No habría líneas en este artículo para glosarlas.
Y la última estación de este viaje a la caspa, el berlanguiano y rocambolesco episodio vivido ayer con la convocatoria de la selección femenina. El problema es de fondo. Los que dirigen el fútbol en España a ese nivel, ahora y desde hace años, no están a la altura. Rubiales, Villar, Rocha, Tebas. Da igual a donde uno mire. No dan la talla.
Su incapacidad contamina un deporte que mueve pasiones y que también es espejo y faro de miles de niños y jóvenes. Y no solo eso. Estos gerifaltes de más que discutible proceder llevan las riendas de uno de nuestros principales escaparates ante el mundo, una de las muchas caras de la marca España.
No sé cómo ni si es viable, pero algo deberían poder hacer los poderes públicos para evitar estos desmanes. Estas organizaciones reciben millones de euros en ayudas por parte de organismos públicos. No pueden ser tan a fondo perdido. No pueden usarlos para reírse en nuestra misma cara.
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