Meryl, Princesa de Asturias
Nada que objetar a sus méritos pero el premio llega algo tarde
Hace años que los premios Princesa de Asturias -y Príncipe en su anterior denominación- se han abonado al terreno de la mercadotecnia. No se trata ... de quitar méritos a los elegidos, pero es evidente que hay una intención de buscar a hombres y mujeres que garanticen una foto que se pueda vender en la prensa fuera de las fronteras de España, de manera que los galardones se hagan un hueco en la escena internacional y compitan con los Nobel.
Como también es evidente que hay otro factor a tener en cuenta: se busca que los protagonistas de esas fotos den prestancia a quien pone nombre a los galardones, esto es, a la heredera al trono de España. Ahora bien, si esa es la finalidad, quizás vaya siendo hora de que la princesa asuma mayor protagonismo, pues si tiene edad para enfrentarse a tres años de formación militar, también creo que empieza a tenerlos para encarar una actividad institucional sin la presencia continua de sus padres. Resumiendo: en algún momento deberá independizarse, o al menos parecer que se independiza. Si lo hacen Froilán y Victoria Federica, ¿por qué no ella?
Impertinencias al margen, vayamos a la noticia cultural de la jornada: el Princesa de Asturias a la actriz Meryl Streep. Es evidente que no hay nada que objetar sobre sus méritos. Quizás sí sobre el momento: Streep lleva mereciendo ese y todos los reconocimientos hace años, de manera que quizás llegue algo tarde el galardón.
Dicho lo anterior, cuesta encontrar en las tres últimas décadas una actriz con tantos méritos y con tantas interpretaciones incluidas para siempre en la memoria cinéfila de varias generaciones. ¿Con cuál quedarse? Pues en esto, como con los colores, hay para todos los gustos. Porque estamos hablando de una actriz que sobrecogió con su papel en la serie 'Holocausto', que en los años 80 y 90 apareció en media docena de películas para guardar y que ya en el siglo XXI se ha reinventado en todo tipo de registros, incluyendo el musical. A fin de cuentas, la memoria que queda de una actriz suele ir asociada a la historia que interpreta, la música que la acompaña, la fotografía que la enmarca y, por supuesto, los actores que le dan la réplica. Por eso, si nos ponemos a hablar de papeles, o de momentos, quizás el que suscribe se queda con sus lágrimas finales en el ascensor en la sobrevalorada 'Kramer contra Kramer', la escena del lavado del pelo de 'Memorias de África' y el ejercicio de contención de 'Los puentes de Madison'. Casi nada.
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