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El pasado sábado se vivió uno de esos partidos de fútbol que hacen afición. Pero que vino precedido de hechos lamentables que hacen la peor ... de las aficiones, a lo que hay que añadir, al terminar, acontecimientos igualmente reprobables que también contribuyen a que una parte de los seguidores del fútbol se radicalicen y acaben siendo vándalos antes que amantes del fútbol.
El mundo no se acaba si se pierde en un partido o si el rival histórico se lleva un título. Enseñar a perder forma parte de la vida y, por tanto, del deporte. De los fracasos hay que levantarse, como de los éxitos hay que bajarse a tiempo. Si eso no lo tenemos claro, entonces vamos perdidos. Y el riesgo es mayúsculo cuando sabemos que las competiciones deportivas son vistas y practicadas por los más pequeños, esto es, por aquellos que tomarán las riendas del país en algún momento.
Por eso mismo, es lamentable lo ocurrido alrededor de la final de la Copa del Rey de fútbol. Como también lo es todo lo que lleva pasando en el balompié español durante las últimas temporadas.
La competencia, e incluso la rivalidad, son sanas pero de ahí al odio hay un paso que, cuando se cruza, tiene una vuelta atrás casi imposible. Y en el fútbol español se ha instalado el odio, acompañado todo ello del desprecio al contrario. Así, cuando las bofetadas dialécticas no van para los jugadores o técnicos del otro equipo, van contra los árbitros, unos tipos que, como todo hijo de vecino, se pueden equivocar. Porque en esto se da la siguiente paradoja:disculpamos al delantero cuyo fichaje ha costado una millonada si falla un gol que parecía cantado pero no perdonamos que un señor vestido de negro cometa un error. O que lo cometan los que están revisando las imágenes rodeados de pantallas con casi todas las tomas posibles de la jugada de marras.
En paralelo, si un jugador pierde los nervios, se comporta como un energúmeno y comete actos que en otras circunstancias obligarían a intervenir a las fuerzas de seguridad, la disculpa es que hay que entender la presión a la que se encuentran sujetos. Ni que fueran soldados en las trincheras de la guerra de Ucrania... que el mundo no comienza y acaba en un campo de fútbol.
Un espectáculo deportivo como el del sábado, rodeado además de sobresaltos y de épica, debería quedar enmarcado para el recuerdo sin los borrones previos y los manchones posteriores. El fútbol, como cualquier deporte, es competencia sana, es éxito y es fracaso, pero sin ira.
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