Del director
Deshacer la guerra arancelariaChina aguantó porque tiene resortes que Trump no controla
Por mucho que el presidente de Estados Unidos y su equipo traten de hacernos creer lo contrario, es evidente que Donald Trump está dando pasos ... hacia atrás de manera acelerada en lo referente a la guerra comercial. Sobre todo si lo comparamos con el discurso y la puesta en escena del propio presidente norteamericano aquel día en que compareció en los jardines de la Casa Blanca con un cartelón gigante para explicarnos, en plan 'Barrio Sésamo', qué países eran malos, pero malísimos, para el bolsillo de los ciudadanos de EE UU y cómo iban a recibir el merecido castigo en forma de aranceles altísimos.
A los pocos días, Trump salió a contar que el mundo entero andaba detrás suyo en busca de un acuerdo. Lo hizo utilizando una expresión de grueso calibre que me obligo a no reproducir porque yo tengo el pudor del que él carece. Pero después de esas palabras empezaron a llegar desde EE UU las primeras señales de que la firmeza flaqueaba. Primero fue la rebaja e incluso la suspensión de los aranceles para determinados productos, hace pocos días fue el acuerdo con el Reino Unido y ahora ya tenemos una tregua temporal incluso con China.
En una economía globalizada y con un tejido productivo como el de Estados Unidos, que se fundamenta en el beneficio rápido a base comprar barato y vender mucho con un notable sobreprecio, las guerras arancelarias son un suicidio. Y resultan más lesivas cuanto más liberalizada esté la economía del país y más democrática sea la nación. Por eso mismo China reaccionó con tranquilidad y dejó que pasaran los días, porque cuenta con espaldas económicas para aguantar el golpe asestado por Trump y porque no le temblará el pulso si sus ciudadanos salen a la calle porque los productos yanquis son ahora más caros o incluso porque hay despidos en las fábricas de los que salen componentes para EE UU.
Entre los paisanos de Trump, la situación es muy diferente: están los expuestos a una subida de la inflación y los que ven temer sus puestos de trabajo porque sus negocios se quedan sin mercado. Y hay otro tercer grupo que en número es menor pero que en influencia es mucho más relevante: los dueños y accionistas de las empresas que desde el minuto uno de la guerra arancelaria vieron desplomarse el valor de sus acciones.
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