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Se equivocó de principio a fin el Gobierno de Pedro Sánchez no acudiendo al debate sobre la amnistía celebrado este lunes en el Senado. Con ... una veintena de ministros, al menos uno debía tener la agenda mínimamente libre como para acercarse a la sesión.
Se equivocó también el ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres. Si uno tiene entre sus competencias la interlocución con las autonomías, lo que toca es acudir el primero, o el segundo después del presidente, para escuchar qué dicen los jefes de los ejecutivos regionales.
Y se equivocó el Partido Socialista repartiendo la consigna entre los pocos presidentes autonómicos que le van quedando de no asistir a la cita senatorial. A fin de cuentas, si se quiere ser coherente en el veto, pues tampoco debió haber estado senador alguno del PSOE, y no fue el caso.
Con todos esos errores en la mesa, ¿para qué sirvió la cita? Evidentemente no hubo margen para la sorpresa. Los contrarios a la amnistía se ratificaron en su argumentario y ERC, con Pere Aragonès a la cabeza, la defendió y, de paso, aprovechó que está en precampaña de las catalanas para tratar de reivindicarse como abanderado del nacionalismo independentista y arrebatarle esa bandera a Carles Puigdemont. Digo esto último porque creo que en ese contexto hay que situar lo que dijo sobre el referéndum. Un partido que se llama independentista no puede renunciar al principio y al objetivo sobre el que asienta en gran medida su ideología; otra cosa es que lo vaya a hacer a las bravas, pues los de ERC ya aprendieron el coste legal que eso tiene a día de hoy (y ellos más que otros, pues asumieron sentarse en el banquillo y cumplir la pena impuesta, no como Puigdemont).
Pero sobre todo el cónclave autonómico sirvió para demostrarnos que el Senado puede ser útil. Incluso cuando no se alcanza consenso alguno. Una democracia no pierde calidad porque no se arbitren acuerdos unánimes;lo que la debilita es tener miedo al debate o que alguna de las partes decidan no asistir, como hizo el Gobierno de España.
Si el PSOE tuvo la valentía (o la necesidad, según se mire) de presentar en solitario en el Congreso la proposición de ley para aprobar la amnistía, lo coherente era dar la cara con el máximo nivel de representatividad. Y eso pasaba por Sánchez y sus ministros, no solo por las responsabilidades orgánicas del propio presidente en el PSOE, sino porque el Gobierno en sí actúa de acuerdo con el objetivo de la amnistía.
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