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En mi casa, la política siempre tuvo un papel importante. Mis padres, sobre todo Paco –el cabeza de familia– nos acostumbró desde pequeño a ver las noticias y leer los periódicos y era habitual escuchar sus charlas con Carmina –la jefa de todo– en las que comentaban las idas y venidas de los Felipe González, Fraga y compañía. Bueno, he de matizar que eso de que «nos acostumbró» es relativo, ya que solo teníamos una televisión, había dos canales y el mando lo tenía él, así que... a ver política. ¡¡Y calladitos estábamos más bonitos!!
En ese escenario, de pequeño yo intentaba buscar lo divertido de todo aquel circo y lo encontraba, por ejemplo, en políticos como Alfonso Guerra y su gracia andaluza a la hora de dar caña a sus adversarios. Recuerdo que las elecciones eran algo divertido. Me llamaba muchísimo la atención las campañas electorales en las que se empapelaban todas las calles como si no hubiera un mañana.
La noche del pegue de carteles, nos asomábamos a la ventana y veíamos como en los postes cercanos a la rotonda de Las Rehoyas se agolpaban decenas de personas para forrar todos los huecos libres sin ton ni son. Ahí veíamos las caras de los que salían en la tele y convivíamos con ellos durante semanas. Adonde ibas, ahí estaban con sus caras sonrientes. Por las calles circulaban coches con unos altavoces tremendos en los que sonaban las proclamas de los partidos y sus himnos. Reconozco que llegué a aprenderme las canciones –a una de ellas incluso le hice una letra– y lemas como el socialista 'Por buen camino' de 1986.
Mi padre me llevaba a los mítines y yo me lo pasaba pipa. Asumía el aburrimiento del discurso, pero a cambio me divertía con las actuaciones y jugaba con las banderas, pegatinas y chapas que me regalaban. Estaba tan familiarizado con los rostros de los carteles, que cuando los veía en persona era hasta emocionante. Y ya el día de las elecciones, alucinaba con meter el sobre en la urna. Qué friki era... Lo triste de todo eso es que, treinta y tantos años después, la política sigue siendo más de lo mismo. Carteles inútiles, mítines estériles y programas electorales cargados de promesas imposibles. Yo, insisto, era un friki y me divertía, pero dudo que a las nuevas generaciones, la vieja política les llame la atención. Ahora, mis padres seguirán votando juntos, nunca han dejado de hacerlo. Habrá que ver si sus nietos siguen la tradición. Yo, lo dudo.
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