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Portada del libro de Teodoro Santana. C7
Anatomía de la 'Ciudad abierta'

Análisis

Anatomía de la 'Ciudad abierta'

«Cualquier urbe insular es la ciudad abierta de Teodoro Santana, que la transita a pie y en guagua»

Felipe García Landín

Las Palmas de Gran Canaria

Martes, 9 de enero 2024, 22:40

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Una ciudad es ante todo un espacio social cuya población densa y numerosa se dedica por lo común a actividades no agrícolas, según recoge el DLE. Que cada ciudad es única lo saben las agencias de viajes y los escritores. De hecho existe un amplio corpus literario sobre la ciudad y particularmente sobre la ciudad moderna y cosmopolita, la ciudad industrial, la metrópolis. Ciudades y escritores en ocasiones forman una unidad: Praga y Kafka, Dublín y Joyce, Madrid y Galdós... Recordamos entonces que Baudelaire, Pessoa, Borges cantan a sus ciudades natales o que Nueva York se apodera de Lorca que afirmaba que «los dos elementos que el viajero capta en la gran ciudad son arquitectura extrahumana y ritmo furioso. Geometría y angustia». La urbe moderna puede ser exaltada, pero también degradada. Puede ser elogiada por su arquitectura y su cosmopolistismo, pero los artistas, además, pueden resaltar la soledad y el desarraigo de sus habitantes. Nuestros poetas Morales y Quesada vivieron y sintieron la misma ciudad, pero mientras uno la celebraba, el otro la sufría.

Viene esta retahíla a cuenta del último poemario de Teodoro Santana, 'Ciudad abierta' (Mercurio editorial, 2023) que nos trae los ritmos de una ciudad marina que identificamos con Las Palmas de Gran Canaria, aunque no se la nombra ni hay referencia alguna a sus calles, playas o monumentos. Cualquier urbe insular es la ciudad abierta de Teodoro Santana que la transita a pie y en guagua. Abierta porque tiene la capacidad de acoger a personas procedentes de todos los lugares del mundo y, además, porque significa ciudad libre de prejuicios y extravertida. Así se entiende que el libro se abra con esta cita de Pericles: «Lo mejor del mundo viene a la ciudad», lo que nos sugiere que el poeta pudiera seguir la senda del orador griego cuando, en nombre de la polis, afirmaba que los atenienses «amamos la belleza sin ostentación y buscamos el saber tenazmente». Sin embargo, el primer poema 'Intocables' convierte la frase del ilustre ateniense en una ironía cruel al visibilizar a esos seres ocultos que «se alimentan de nuestra basura,/ se visten de nuestros despojos» y «sucios y plagados de pústulas/se derraman en otra dimensión». Son desechos que se vierten en las alcantarillas, «náufragos de la oscuridad», seres marginados que deambulan por la ciudad invisible como zombis.

Teodoro Santana nos ofrece una radiografía social y emocional de una ciudad que, más allá de la publicidad y las fantasías carnavaleras, se muestra hostil con sus habitantes, verdaderos héroes anónimos que la sostienen en pie. La deshumanización y el desarraigo que provoca la ciudad en sus habitantes queda patente desde que «al amanecer el océano vomita/ llamaradas de luz sobre las calles, escupiendo fotones feroces/ contra los arrecifes de los rascacielos». Entonces «un día más/ la desesperación se pone en marcha» porque «ya no viven los dioses en la ciudad» que es laberinto, geometría, infierno y sin embargo patria, a la que el poeta se siente ligado por nacimiento y vínculos históricos y afectivos. Es además solidario con los que habitan los barrios periféricos en donde reside la humanidad, invisible (Inevitablemente me acuerdo de Alexis Ravelo que en sus novelas supo diseccionar Las Palmas de Gran Canaria). La ciudad del poeta es marítima, inmensa, desordenada, intensa, imperfecta, frenética, vieja, implacable, ciega, desmadejada, infernal, demoníaca. Pero es también sabia, bella y amada a pesar de que devora a sus hijos. La ciudad es un organismo vivo que se parece mucho a un animal ―y así lo vive el poeta en 'Las fauces de la ciudad' «con su inmensa boca de colmillos acerados». Se siente un marginado en este territorio hostil y feroz propicio para el individualismo. Se escucha el grito de Pedro García Cabrera en 'Sálvese quien pueda' que denuncia esos espacios felinos en que se han convertido las grandes ciudades y que dejan por fuera la humanidad. La ciudadanía vive «la soledad inmensa» acorralada por el asfalto, sin esperanza de ser salvada en esa selva «donde trafican los banqueros y las ratas» y se ocultan los asesinos, «armados con Smith & Wesson y chequeras». Pero el poeta vislumbra un futuro de rebeldía y barricadas en las que la ciudad cante «en una escala cálida y humana,/llena de rostros amables». Sobresalen en la morfología de esta ciudad las azoteas, las verdaderas ágoras, que llevan la mirada al mar, «a las nubes grávidas en el cielo desteñido,/a las montañas vigilantes y sombrías,/ al horizonte seductor y abierto». Porque arriba la ciudad es «una bóveda de atmósfera y sueños». La ciudad se transforma cuando la invade el amor y pinta sus muros, como cantaba Benedetti.

Por supuesto que esta 'Ciudad abierta' tiene sus héroes: la maestra y el guagüero a los que el poeta admira. Es la maestra la heroína que «te enciendes al contacto de los niños/o caes asesinada por las administraciones» a quien confiesa su admiración: «Yo hubiera querido tu trabajo duro,/la pasión con que penetras la inconsciencia», pero solo puede amarla. El otro héroe tiene que ver con el transporte público, «las metálicas ballenas amarillas» que «surcan el océano de la multitud agazapada» y «devoran el krill humano» para vomitarlo en la marea. Alguien escribió que para entender una ciudad es obligado utilizar su sistema de transporte público en el que viajan las emociones colectivas. El conductor gobierna y dirige el esqueleto metálico y «descifra el movimiento y las distancias,/ los giros , las vueltas, las palpitaciones» de la urbe. Es el chófer «su alma es ancha y el camino largo»―el héroe solitario en el que el poeta se mira pues da sentido a la ciudad y a su poesía. Es el más civilizado de los habitantes, capaz de reconocer la humanidad de los otros aunque tengan rostros y hábitos distintos, según la definición de civilizado del filósofo Todorov. Las ciudades muchas veces se convierten en lugares inhóspitos y marcan el ritmo del estado de ánimo de sus gentes. Sentirse extranjero en la gran ciudad, extraño, no solo es algo emocional sino real ante el crecimiento desmesurado de las urbes que acentúa las diferencias sociales, los ambientes sórdidos y los personajes esquinados. Cuando lo mejor del mundo viene a la ciudad, la invade e impone sus reglas, uno se siente extranjero y piensa como Cavafis que habrá otra ciudad mejor que esta, aunque vayamos donde vayamos la ciudad nos seguirá. También el poeta se ha sentido extranjero, se desviste de las ropas de ciudadano civilizado y busca la mirada de los bárbaros para reconocerse en ellos. Afirmaba Todorov que todos somos extranjeros en potencia ya que los bárbaros piensan que los otros son inferiores. Y está escrito que los bárbaros siempre ganan. En esta 'Ciudad abierta' solo la palabra poética, como en la polis de Pericles, está a salvo de los bárbaros. Examina Teodoro Santana los tejidos de la gran ciudad y le coge los ritmos con un dominio del verso y la imagen solo al alcance de poetas auténticos.

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