«Seremos fascistas»
...y los gatos tocan el piano ·
Dar puñetazos en la mesa o mostrar la puerta de salida para quien cuestiona o critica algo es uno de los rasgos de ese carácter patrio inoculado por cuarenta años de ignominiaSecciones
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Dar puñetazos en la mesa o mostrar la puerta de salida para quien cuestiona o critica algo es uno de los rasgos de ese carácter patrio inoculado por cuarenta años de ignominiaNecesitas ser registrado para acceder a esta funcionalidad.
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Hace unos días el candidato socialista a la presidencia de Madrid, Ángel Gabilondo, explicó que abandonar un debate (no parlamentario) como muestra de rechazo no era darle la espalda al diálogo, porque «la mejor palabra a veces es la expresión de lo que uno hace», es decir, una palabra también es una acción y, en su caso, fue oponerse frontalmente a mercadear con los derechos fundamentales y la dignidad de las personas.
Que España tiene un problema con el fascismo no es nuevo. Y ni siquiera todo el fascismo está en la derecha o la ultraderecha. Cuarenta años de dictadura y décadas de abandono de la educación han forjado el carácter de buena parte de la ciudadanía, que solo tolera la libertad cuando es para ellos, no para el resto. Dar puñetazos en la mesa o mostrar la puerta de salida para quien cuestiona o critica algo es uno de los rasgos de ese carácter patrio inoculado por cuarenta años de ignominia.
Reconocerlo, en cambio, es más difícil, salvo que se haga en el chat 'milico-fascistas sin complejos'. El alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, para sorpresa, lo ha admitido en un mitin: «Seremos fascistas, pero sabemos gobernar». Cambie «fascista» por «racista», «misógino», «homófobo», y todos los odios que se puedan albergar contra quien no es como él: varón, blanco, propietario. Fascista es ser antidemócrata y totalitario, y ambas cosas, además, impiden «saber gobernar», salvo que se entienda que en una sociedad democrática cabe el gobierno mediante la dominación. La batalla madrileña toca a su fin, pero, sea cual sea el resultado, no va a poner el punto final a una transición que aún tenemos pendiente, y que no es otra que la del cambio de actitudes. A derecha, puede que más, pero la izquierda no está exenta de tics fascistoides. Como bien dice Gabilondo: la mejor palabra es el acto.
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