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Pues al final va a resultar que no éramos inmunes. Después de pasar la etapa más cruda de la pandemia encerrados en casa y atemorizados con lo que estaba por venir, pero con el consuelo de que nuestra isla esquivaba al virus, ahora, en esta segunda oleada que explota antes de lo previsto, nos hemos convertido en el epicentro de la covid-19 en Canarias y el archipiélago presenta peores datos cada día que pasa.

Que los rebrotes iban a aparecer estaba cantado, el virus ha llegado a nuestras vidas y aquí se va a quedar. Y con la recuperación de la libertad y la movilidad era ineludible el aumento de los positivos. El reto es evitar a toda costa el colapso del sistema sanitario. Ahí radica la clave de los fallecimientos. El personal médico ha mejorado en los tratamientos a los enfermos y la adquisición de equipos y materiales en hospitales hará -o eso espero- que no volvamos a ver la escabechina de marzo y abril. Pero aún así toca asumir responsabilidades individuales para que ese imparable incremento de contagios camine lo más lento posible. Cuanto más despacio, mayor control. Lo que es evidente es que otro confinamiento, a no ser que se produzca una hecatombe, está descartado. Y no, no por anteponer la economía a la salud. Simplemente porque un nuevo parón también va en contra de la supervivencia. De que vale sortear el coronavirus para morir de hambre. Hay que conjugar una libertad restringida al tiempo que ponemos de nuestra parte utilizando mascarillas y huyendo de las aglomeraciones. Y no haciendo el ridículo con concentraciones como las del domingo para reclamar no se que paranoias mentales. Por salud y por vergüenza ajena.

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