Emisiones contaminantes
La parte que no entendieron bien es la que alude a la emergencia. La acción política falsea la realidad para acomodarla a los alambiques del poder, hilvanan sus mentiras y se visten con ellas. No sienten el mismo respeto por la verdad, ni por los humanos que les sostienen con sus votos, a los que miran con ese punto de soberbia que les concede el coche oficial. Ese fenómeno explica el comportamiento habitual de los cargos públicos, y también lo ocurrido durante dos semanas en la Cumbre del Clima celebrada en Madrid.
Mientras se trató de lucir palmito, sacarse fotos, soltar discursos y aparentar conocimiento no hubo problemas. Todo el viento a favor convirtió incluso el viaje de una niña en un motivo de conversación, con rienda suelta a los cabrestos que pueblan las redes de España. Y si organizan manifestaciones, allá van todos ya sin corbatas ni pañuelos de seda. Se habló más de la edad de Greta que de los trapicheos del mercado del carbono, y eso tiene sus consecuencias.
La reunión de Madrid ha sido un fracaso. Dirán que estuvo bien organizada, que se hizo lo que se pudo, pero el resultado es un fracaso. Y en esta cuestión de la supervivencia, ya estaba claro que no queda tiempo que perder. Ante la urgencia de acelerar el control de las emisiones contaminantes, pitorreo. El calentamiento del planeta avanza más rápido de lo que es capaz de percibir el cerebro de cualquier político. Gobiernos y empresas han preferido mantener la lógica de la especulación, antes que escuchar las reclamaciones de la ciencia. No es una oportunidad perdida, es un paso sin retorno. Esperar tres o cinco años para fijar esos controles tiene sus consecuencias. Los zoquetes seguirán calentando sin límite el caldero del mundo, a base de decir boberías.