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Sigo desde la distancia pero con una mezcla de interés, bochorno y deseo de catarsis el escándalo a cuenta de los abusos sexuales -presuntos-, el acoso y el chantaje -igualmente presuntos- que se atribuyen a Harvey Weinstein. Estamos hablando de uno de los productores de cine más famosos de las tres últimas décadas, un tipo que presume de haber cosechado para sus producciones y sus protegidos varios Óscar y todo tipo de premios, además de haber impulsado las carreras de directores, actores y técnicos de relumbrón.

Hasta el propio hermano de Harvey, Bob, también productor, ha salido a pedir disculpas por algo que, según subraya, era un secreto a voces pero nadie tuvo la valentía de dar un paso al frente. Al final lo hicieron un puñado de actrices que sufrieron tan humillante trato y que se vieron condenadas, en muchos casos, al ostracismo, pues entre las especialidades del tipo estaban no solo recibirlas en batín y pedir un masaje de cervicales, sino elaborar una lista negra en Hollywood con las que no accedían a sus peticiones.

Si sangrante es lo anterior, no menos lo es que ahora queda en evidencia que casi todos lo sabían en Hollywood y casi todos miraron hacia otro lado. Dicen que la prueba del algodón fue el chiste hecho por Seth MacFarlane en una gala de presentación de nominados al Óscar, cuando, al hablar de las candidatas al premio a mejor actriz, añadió, entre las risas del respetable, que ya no tenían que decir que Harvey Weinstein les parecía un tipo atractivo. Y ahí está la videoteca: efectivamente el público se carcajeó con el chiste, con actores y actrices de esos que todos admiramos participando de la broma y, por lo que se ve, también de aquel secreto a voces.

A partir de ahí han salido algunos directores a pedir que no se criminalice a Weinstein antes de que haya juicio alguno. Claro que lo dicen, entre otros, Quentin Tarantino, Oliver Stone y Woody Allen, todos ellos sujetos, en algún momento de sus respectivas trayectorias, a escándalos más o menos similares que también habrían incluido pactos de silencio a cambio de jugosas cantidades de dinero.

Doy por hecho que en cuestión de uno o dos años, o quizás antes, veremos en la gran pantalla o quizás en televisión una producción inspirada en el escándalo de Weinstein. Será una forma de buscar negocio de algo tan triste, pero quizás sirva para esa necesaria catarsis, para que salgan de su escondrijo -o de sus blindajes dorados- esos otros que han hecho de Hollywood un territorio de chulos y desaprensivos.

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