Los ejércitos de la noche

Me voy a la cama con el toque de queda y me llevo conmigo las 'Crónicas de la ciudad y la noche' de Alonso Quesada, inventario de historias surgidas bajo la luz de luna de Las Palmas, en un tiempo en el que todavía no portaba el 'de Gran Canaria' como apellido. Un siglo atrás también había sonámbulos y bullangueros. Los textos, deliciosos, relatan el sonido a las cuatro de la mañana de un piano tras una ventana cerrada, una sonata de Beethoven que imagina interpretada por una hermosa mujer vestida de blanco a la que perdió de vista durante la noche. O cómo termina bajando un bistec duro con vino en una pequeña fonda junto al muelle, «a donde van las mujeres tristes de madrugada».

Las vivencias de Quesada y los personajes que se cruzan en su camino, en tiempos de tranvías y tartanas, son un pinchazo. Echo mucho de menos mis propios ejércitos de la noche. A Carmelo lanzando salvavidas tras la proa del Timbeque; a Fran descubriendo fórmulas mágicas bañadas en ginebra y depuradas con cucharas serpenteantes en la cabaña del Shack o al 'Polako', con sus mañas de portero de comunidad de vecinos, intentando captar almas errantes en la puerta del Paper. Cada lector tendrá su propia chamán. En un bar del Lomo Apolinario o en uno de esos karaokes subterráneos del Puerto, donde los remilgos claudican y se acaba dando por bueno el garrafón de la casa en un vaso de tubo. Que en esas nos hemos visto todos.

Con ellos se llenan las alforjas de vivencias. Una relación que alcanza máximos históricos cuando desde el otro lado de la barra saben interpretarte y lo que quieres tomar mientras te hablan por tu nombre de pila. Confiarle a una persona lo que te gusta beber es darle acceso ilimitado a tu identidad real. Por eso les pido que no se rindan, queremos volver a verles. Puta pandemia.