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Donald Trump ha decidido aflojar el pulso comercial que mantiene con medio mundo y hacerlo público. Comprobado el efecto destructivo de su particular ofensiva arancelaria ... en la economía de su propio país, el presidente de Estados Unidos escenificó el primer gesto de distensión a través del acuerdo al que ha llegado con los laboristas de Keir Starmer en el Reino Unido, aún convulsionados por el arreón electoral del populismo de derechas en las recientes elecciones locales en Inglaterra. Al margen del influyente contexto político, el pacto tiene una notable repercusión para intentar calmar las incertidumbres que agitan los mercados internacionales. Con esa entente, Trump corrige de alguna manera el rumbo de su carrusel de gravámenes a países a los que consideraba hostiles, mientras que Gran Bretaña le tiende la mano.
La importancia del gesto del republicano radica en que, en mitad de una vorágine de negociaciones con India, Corea del Sur o Japón, su primer entendimiento es con Europa. Y eso puede ser bueno para el Viejo Continente, aunque claramente insuficiente. El caso es que lo hace con un país que rompió amarras con la UE hace cinco años, seducido por la idea de un Brexit fallido que a la postre ha agudizado el aislamiento británico. De ahí los esfuerzos de su primer ministro, Keir Stamer, por acercarse ahora a la Unión.
Para Starmer, el acuerdo es una especie de balón de oxígeno. Necesita la prometida recuperación económica para que el laborismo se consolide en el poder y frene la sangría de votos que están yendo a parar a Reform UK de Nigel Farage. El ultranacionalismo ya demostró en Francia su sorprendente capacidad de trasvase electoral con el auge de Le Pen a costa de las tradicionales formaciones de izquierda e, incluso, del voto obrero. Londres ha pactado con Washington sin el concurso del resto de Europa. Por eso sería deseable que la alianza entre Estados Unidos y Reino Unido sirva de cabeza de puente para un entendimiento mayor entre Trump y la Unión Europea, capaz de reconducir las relaciones comerciales.
Pero la Comisión Europea no se fía y ultima un contraataque si el magnate insiste en su ofensiva arancelaria a la UE. España también se previene. Sánchez ha sacado adelante un escudo con ayudas a los eventuales sectores afectados que finalmente ha contado con el aval de la impredecible Junts y Podemos. Hacer la guerra cada uno por su cuenta no solo multiplica los frentes. También las desconfianzas.
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