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La brutal ofensiva que desde hace semanas sostiene Rusia contra la región de Járkov, que alberga la segunda ciudad ucraniana, ha permitido a Vladímir Putin intentar trasladar al mundo que su victoria es cuestión de tiempo. El Kremlin aprovechó el retraso en la asistencia a la nación invadida, sobre todo la procedente de EE UU, para abrir un nuevo frente y minar la moral del país con bombardeos continuos sobre objetivos civiles.
A la vez, la apurada situación para Kiev ha puesto en evidencia la descoordinación de los aliados occidentales a la hora de hacer realidad su apoyo en este momento crítico, en especial en lo relacionado con las condiciones que comporta la entrega de armamento.
La autorización expresa de Washington y Berlín para atacar en territorio del invasor -limitada a la zona fronteriza- levanta la imposición anterior de una 'línea roja' que ha significado sufrimiento humano en forma de muertes y desplazamientos, además de destrozos materiales. Y que ha expuesto, para satisfacción de Moscú, las diferencias entre los miebros de la OTAN más próximos a la guerra, como los países nórdicos y bálticos, y los más reticentes a impulsar la derrota del expansionismo ruso.
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