Hoy resulta un lugar común escuchar la expresión «desconectar», una palabra con la que se recibe a quien vuelve de vacaciones (¿Desconectaste?), con la que se desea un buen descanso (¡Desconecta!) o para expresar el hartazgo rutinario (¡Tengo que desconectar! ¡Me hace falta desconectar!). Con mucha menos frecuencia, sin embargo, se utiliza para recordarle a alguien que ya no está «conectado» al mundo que le rodea, que ha «desconectado».
Esta última acepción es fácil de evocar cuando se entra en según qué perfiles de las redes sociales. Esa gente que, desde la atalaya de su confortable sillón, en batín y con un whisky en un vaso de cristal de Bohemia, escribe contra el Gobierno de Pedro Sánchez por hacerlo todo mal en Afganistán y se olvida de rectificar si tiene éxito. Despotrica de la ministra de Igualdad, porque va a acabar con la «caballerosidad» y a desterrar el ejercicio del piropo que nadie quiere. O escribe frases de algún rutilante escritor de hace cien, doscientos o mil años como si se pudiera trasplantar la política de esos tiempos a la actualidad con el mismo éxito con el que se trasplanta un geranio.
A este espécimen se le suma el que pontifica contra cualquier novedad. Ya fuera la propia internet, ese agujero negro que iba a tragarse el universo; los teléfonos móviles, destinados a vigilar toda nuestra vida; y un sinfín de majaderías, entre las que se incluye la última señal del fin del mundo: las patinetas, esas armas de destrucción masiva llamadas a acabar con todos los ancianos mucho antes de que lo hagan las nefastas políticas sociales.
Desconectar es algo al alcance de cualquiera, pues basta con poner la vista en un pasado imaginado cual «bella armonía» o paraíso terrenal o en un futuro diseñado a medida de la tranquilidad de un salón donde lo único que pasa es la aspiradora.
Más difícil es conectar, si con esto se entiende poner la vista en los asuntos que nos van saliendo al paso cada día, en esa realidad que, por ser tan poco atractiva, nos invita a mirar para otro lado, contribuyendo así a que las cosas, en el mejor de los casos, sigan como siempre.
