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Derechos como limosnas

«A ese empresario no le podemos permitir ahora que encima vaya de buen samaritano para seguir medrando a costa de su personal»

Jueves, 1 de enero 1970

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Gaumet Florido

Días atrás la Federación de Hostelería y Turismo de la provincia oriental canaria se descolgó con una propuesta para afrontar la crisis generada por la caída de Thomas Cook o el impacto del brexit que se me antoja insultante. La patronal planteaba al Gobierno regional que aplicase un tipo reducido del IGIC al 5% para el sector turístico y, a cambio, estas empresas se comprometían a una subida salarial adicional del 2% a sus trabajadores. O sea, que para estos señores los derechos son algo así como una concesión graciosa, una limosna de misa de domingo, o una prebenda en una negociación y no como lo que es, un patrimonio legal del empleado, reconocido por la ley y amparado en convenios laborales que, dicho sea de paso, muchos empresarios, no todos, se los saltan cada vez que pueden, y si no se los saltan, los esquivan.

Salvando las distancias, ¿no les suena de algo? ¿No les parece que, insisto, salvando las distancias, viene a coincidir con las formas y maneras de aquellos terratenientes de antaño que trataban con paternalismo tramposo las mejoras laborales de sus empleados? Eran tiempos en que los derechos del trabajador estaban a merced del capricho del jefe. Debieron pensar ellos: aprovechamos que estos del Gobierno canario actual van de rojos y que les encanta ese rollo de los trabajadores y la clase obrera, les ponemos la zanahoria de la subida salarial, y entonces, tal que burros, picarán en nuestro anzuelo. Por fortuna, los tiempos han cambiado, y ni el ejecutivo ni los sindicatos comulgaron con semejante rueda de molino.

No se trata aquí de descalificar al mundo empresarial, que me merece todo el respeto. La mayoría arriesga su dinero, crea puestos de trabajo y genera riqueza. Pero no, no critico a ese empresario que seguro será el mayoritario. Me meto con ese otro que después de ganar dinero a espuertas durante los años de la bonanza turística, cuando aterrizaron o desembarcaron en Canarias más turistas de los que han venido ni vendrán jamás, no movió ficha para que al menos parte de esas ganancias se tradujeran en mejoras laborales para sus empleados. No lo hizo porque en este tiempo no dejamos de escuchar quejas del trabajador del sector, molesto por la precarización o la sobrecarga de trabajo. A ese no le podemos permitir ahora que encima vaya de buen samaritano para seguir medrando a costa de su personal.

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