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Gaumet Florido
Siempre me costó estudiar. Me aburrían soberanamente los contenidos. Salvo excepciones, te los aprendías de memoria y te daba para cubrir el expediente. No te quedaba otra. A menudo eran conocimientos muy teóricos, alejados de la realidad mundana, demasiado tecnicistas para un crío o un adolescente. Mucho me temo que en eso poco ha cambiado el sistema educativo. Sí es verdad que ya no te hacen recitar la lista de los reyes godos, pero sí la de los minerales, por poner un ejemplo. Lo sé porque ahora he tenido que revisitar los libros de texto por mis hijos. Me piden que les pregunte la lección y cuando me sueltan la retahíla de palabros no hago sino preguntarme cuánto tardarán en olvidarlos. El otro día aprendí uno. Aragonito. ¡Para 4º de primaria! Ni sé si lo estudié.
Creo que el sistema educativo sí ha sabido adaptarse a las nuevas tecnologías, pero que peca de cierta obsolescencia en los contenidos curriculares. El debate es complejo y cualquier reflexión a vuelapluma, como un simple artículo de opinión, tiene el riesgo de tender a banalizarlo. Sin embargo, me atrevo a sugerir que ahora que las fuentes del conocimiento están más a la mano que nunca, Internet mediante, va siendo hora de una revisión acorde a los tiempos de los contenidos que se imparten en clase. Apuesto por una educación que combine la tradición, las asignaturas de siempre, y la contemporaneidad, que ponga los cimientos teóricos precisos, pero que también arme a los críos de cara a los desafíos a los que se enfrentan.
Por ejemplo, ahora que tenemos calentitos los debates políticos de ayer y del lunes, creo que en España hay que enseñar a los alumnos a vehicular su participación en la democracia, a conocer bien sus derechos y deberes, y a ejercerlos con responsabilidad. En este país la gente va desnuda a votar. Muchos no tienen ni idea de cómo funciona el sistema. Por mi trabajo leo varios periódicos al día, y a pesar de ese pequeño filtro, me cuesta blindarme ante las mentiras e inexactitudes que estos días soltaron algunos de los candidatos. La sociedad no se informa y está vendida. O por ejemplo, sobre las tecnologías de la información o las nuevas formas de ocio. El fácil acceso a los videojuegos o a la pornografía contaminan la forma de los adolescentes de relacionarse con los demás. Los consumen sin filtros, sin instrucciones que los vacunen ante los efectos perniciosos a los que se exponen. La educación tiene que jugar aquí un papel, pero no metiendo ligas de videojuegos en las aulas, como quiso el Gobierno canario, sino dándoles instrumentos para que sepan afrontarlos. No puede ser que a un joven se le explique qué es un aragonito y no se le instruya sobre qué debe o no compartir en una red social o sobre la diferencia entre el porno y la sexualidad.
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