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Desde la Gran Depresión de 1929, no fue hasta casi ochenta años después en que el mundo entero volvió a verse sacudido por una crisis ... financiera global al producirse en 2007, la conocida como Gran Recesión.
Una crisis originada en Estados Unidos al estallar la burbuja inmobiliaria en torno a un término y figura bancaria, las hipotecas subprime (de alto riesgo), hasta ese momento desconocidas para el común de los mortales. Y una crisis que tuvo su punto álgido un año después, en septiembre de 2008, con la quiebra de Lehman Brothers, la otrora y extinta compañía de servicios financieros globales. Momento a partir del cual la crisis se propagó por los cinco continentes cual castillo de naipes derrumbándose en un abrir y cerrar de ojos.
Al igual que uno recuerda dónde estaba el 11-S cuando los aviones chocaron contra las Torres Gemelas, raro es olvidar dónde te encontrabas cuando los trabajadores del referido banco norteamericano iban saliendo de sus oficinas cargando las cajas de cartón en las que transportaban sus pertenencias personales rumbo a sus casas, tras haber perdido sus puestos de trabajo.
Unas imágenes icónicas y metafóricas, las de una poderosísima entidad financiera transformada y reducida a simples y humildes cajas de cartón (25.000 si asignamos una a cada empleado y empleada que perdió su trabajo tan sólo en dicha empresa) con poco o nada de valor económico en ellas, como consecuencia del cierre definitivo del que era el cuarto banco de inversión en el país líder mundial.
Conocido es por todos que aquel terrible aleteo de mariposa financiera con epicentro en el número 1 de William Street de la ciudad de Nueva York, generó un posterior tsunami de crisis económica internacional que, en el caso de España, produjo también consecuencias devastadoras, incluyendo la explosión de la burbuja inmobiliaria, la quiebra de empresas, el considerable incremento del desempleo y, en general, una profunda recesión económica.
En 2007, en Canarias lucíamos una de las tasas de paro más bajas de todo el país, con unas 167.000 personas demandantes de empleo a la espera, la gran mayoría de ellas, de una oportunidad profesional. Pero, por desgracia, ese mismo pestañear de ojos que simbolizaba la rapídisima propagación de la crisis global, supuso que, a finales de 2008, el número de desempleados se incrementara en las islas en un 22%, situándose en 203.000 parados, con especial afección –en una primera fase- en el sector de la construcción y en el empleo juvenil.
Doce meses después, en diciembre de 2009 y tras haber alcanzado ya de lleno la crisis financiera y económica a todos nuestros sectores productivos (también, cómo no, a nuestra locomotora económica, el turismo), el paro afectaba ya a 250.000 personas. Y Canarias se situaba entre las regiones de la Unión Europea más afectadas por la crisis mundial, aunque lo peor en término de desempleo estaba aún por llegar en el archipiélago.
Finales de 2013, el paro ya desbocado con más de 370.000 personas sin un puesto de trabajo que llevarse metafóricamente a la boca. Lógico: muchísimos turistas de nuestros principales mercados emisores también perdieron capacidad adquisitiva o, aún peor, sus trabajos, y la demanda de viajes pasó a ser elemento más que prescindible en las economías familiares.
Lógico el dato anterior de desempleo: Canarias perdió, de golpe y porrazo, dos millones de turistas en poco más de dos años. Y, al mismo tiempo, la referida crisis global originó un doble fenómeno social migratorio.
De un lado, el retorno de unos cuantos miles de expatriados canarios que también habían perdido sus trabajos en la península y en el extranjero; y de otra parte la llegada de otras tantas miles de personas que confiaban en encontrar un trabajo en las islas gracias a la que se confiaba fuera una rápida recuperación de la actividad turística. La población en las islas aumentó en casi 100.000 personas (a razón de unas 20.000 por año) en tan sólo cinco años, de 2008 a 2013.
Por economía sumergida se entiende el conjunto de actividades productivas y económicas que son legales, pero que permanecen ocultas a las autoridades para evitar pagar impuestos y contribuciones a la seguridad social; o para evitar cumplir procedimientos, normas legales y regulaciones oficiales. O como lo define Wikipedia, «es el conjunto de actividades económicas no declaradas que escapan del control de la administración y de las estadísticas oficiales».
Y entre algunos de los factores que se suelen señalar como causa de la misma, los expertos señalan los de cargas impositivas elevadas, regulaciones laborales muy complejas o restrictivas, cultura arraigada de la informalidad, debilidad del Estado de derecho, y el desempleo o falta de oportunidades en el mercado laboral (a su vez, uno de los detonantes de la pobreza).
Según diversos informes, en el año 2010 en que aún sufríamos los embates de la crisis financiera, aún habiendo recibido 10,5 millones de turistas, el paro en las islas afectaba a 314.000 personas y el valor total de la economía sumergida en el archipiélago alcanzaba los 11.650 millones de euros (un 28,7% del PIB regional de aquel año).
Con la posterior y progresiva recuperación de la actividad turística, doce años después, en 2022 y según el último informe actualizado que se dispone, con una reducción del paro a 268.000 desempleados y (pandemia de por medio) habiendo recibido 15 millones de turistas, la economía sumergida se redujo en el archipiélago en ¡3.000 millones de euros!, estimando los expertos para dicho 2022 un volumen de economía 'en B' próxima a los 8.700 millones de euros. Y acercándose Canarias con un 17,9% a los porcentajes medios de economía sumergida en toda la Unión Europea (17,7%) y en el resto de España (15,8%).
Recuperación para la economía oficial de nuestras islas de esa ingente cantidad de 3.000 millones de euros entiéndase, no desde el turismo, sino gracias al turismo. Porque constituye sin duda nuestro turismo la mejor herramienta catalizadora para revertir economía sumergida en economía oficial y formal, especialmente gracias a su capacidad generadora de empleo directo e indirecto en nuestra tierra.
Ese actual nivel de empleo en Canarias que indica que en estos momentos batimos récord en las islas con más de un millón de afiliados a la Seguridad Social, un hecho y cifras absolutas y porcentuales históricas de actividad laboral y económica que no veíamos y celebrábamos por estos lares, precisamente desde antes de la crisis de las cajas de cartón de los despedidos de Lehman Brothers hace ya casi veinte años.
También permitiéndonos el turismo como motor central de nuestra actual dinámica economía y el mejor elemento tractor de arrastre en positivo para el resto de actividades socioeconómicas del archipiélago, asimilarnos de igual forma en términos porcentuales al desempleo medio que actualmente se cifra en nuestro país en torno a un 12% de paro. Y que seguro seguirá contribuyendo a reducir aún más economía sumergida en recursos legales, útiles, convenientes y necesarios para, entre otros, la mejora y/o fortalecimiento de los servicios públicos trascendentales.
El turismo de Canarias, que avanza especialmente desde hace dos años, con paso firme y valentía, en pro de una veraz y auténtica sostenibilidad social, económica y medioambiental de nuestra bendita tierra, y con la ciudadanía isleña, nacida o no aquí, como prioridad absoluta en toda toma de decisiones legislativas.
El turismo, nuestro turismo, como el arma más poderosa contra la economía sumergida. Y contra las cajas de cartón.
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