Eran las 09.47 en Roma, una hora menos en Canarias, cuando el pasado lunes 21 de abril el cardenal camarlengo, Kevin Joseph Farrell, anunciaba ... el fallecimiento de Su Santidad el Papa Francisco a través de un comunicado emitido desde el Vaticano.
En una fecha tan señalada para la cristiandad como el Lunes de Pascua, el Santo Padre fenecía repentinamente para tristeza de millones de personas en el mundo y para incredulidad del resto de la humanidad, toda vez escasas horas antes, justo el domingo de la Pascua de Resurrección, Francisco había tenido la capacidad de conceder la bendición 'urbi et orbi' ('a la ciudad [de Roma] y al mundo') desde la Plaza de San Pedro, a pesar de encontrarse aún convaleciente tras semanas de ingreso hospitalario en la conocida como ciudad eterna, la capital romana.
Al contrario de lo que pudiera pensarse, haber acuñado a Roma como 'la ciudad eterna' no guarda relación con estrategia alguna de mercadotecnia ideada por perspicaces economistas o publicistas con el objetivo de asignarle un aura mística turístico-comercial a fin de seguir atrayendo cada año a millones y millones de visitantes. No. Eso ni lo requiere ni lo necesita una ciudad con casi 3.000 años de historia, arte, arquitectura y cultura de tanto impacto e influencia mundial.
Sino que el sobrenombre de 'la ciudad eterna' fue acuñada por el poeta latino Albio Tibulo (nacido el año 54 antes de Cristo), cuando en su obra 'Elegías' empleó por vez primera el término de Urbs Aeterna para referirse a la ciudad fundada por los hermanos Rómulo y Remo, quienes habían sido amamantados por la loba Luperca.
En época de Tibulo, el imperio romano había conquistado incluso el milenario reino de Egipto, y por ese motivo se hizo popular que Roma, que sumaba ya siete siglos de existencia, duraría para siempre. Por lo que Urbs Aeterna engrosó de forma tan natural el conceptual e imaginario romano, desde aquella lejana época hasta estos nuestros tan atribulados días y convulsa época de la historia.
Una expresión que alcanzó mayor popularidad si cabe durante el Renacimiento cuando el Papa Julio II impulsó grandes obras para modernizar urbanísticamente la ciudad, valiéndose para ello de artistas de renombre universal en la historia de la humanidad como Miguel Ángel o Rafael. Alcanzando Roma a través de las intervenciones artísticas de dichos genios una belleza aún más esplendorosa, reforzando con ello la idea de que, aún con el paso de los siglos, la ciudad seguiría siendo eterna.
En hilo conector con lo hasta ahora expuesto y si les atrae el fascinante mundo del protocolo (especialmente el institucional y el diplomático), gracias a las excepcionales informaciones e imágenes televisivas que nos han estado llegando desde la capital italiana, fijarse con detenimiento en todos los detalles organizativos, simbólicos, sensitivos y psico-emocionales que rodean las horas previas y posteriores a la muerte del Papa, supone haber tenido la excepcional oportunidad de introducirse o ampliar conocimientos 'en directo' en el ámbito del ceremonial de más alto rango y distinción.
En torno a las últimas cuarenta y ocho horas de vida del Papa Francisco, aparte de los propios actos religiosos de la Semana Santa, de la agenda protocolaria de Su Santidad vale la pena recordar lo acontecido el Sábado Santo, antiguamente (hasta la reforma litúrgica acometida por Pío XII) denominado Sábado de la Gloria.
Un Sábado Santo, el pasado 19 de abril, en que Francisco recibió al que vendría a ser el último mandatario gubernamental con el que se reuniría el Papa en el Vaticano: el singular actual vicepresidente de los Estados Unidos, James D. Vance. Todo un estrambótico personaje, más que una personalidad con el carisma y saber estar que se le presupone a cualquier (sub)líder mundial.
No sé en sus ojos, pero en los míos sí que aún resuenan los despectivos gestos de chabacana bravuconería con los que el tal J.D. se despachó hace unos meses en la Casa Blanca contra el presidente ucraniano Zelenski. En un lamentable juego de nulo respeto precisamente protocolario, en el que la suma de las irrespestuosas actuaciones conjuntas de Trump y Vance frente a un valiente Zelensky dieron la vuelta al mundo el pasado febrero.
Vance a Zelensky, con desprecio y altanería: «¿Has dicho 'gracias' alguna vez? Ofrece algunas palabras de gratitud para Estados Unidos y para el presidente que está tratando de salvar tu país. Solo di 'gracias'. Acepta que hay desacuerdos, y vamos a litigarlos en vez de discutirlos en los medios estadounidenses cuando estás equivocado. Sabemos que estás equivocado… El camino hacia la paz y la prosperidad es participar en la diplomacia. Lo que hace que Estados Unidos sea un buen país es que Estados Unidos se involucre en la diplomacia. Eso es lo que está haciendo el presidente Trump».
Mismo vicepresidente estadounidense, católico converso, abanderado de un sentido de la fe que liga cristianismo con soberanía nacional en oposición al globalismo promulgado y practicado por Francisco. El cual, una vez más con visión de fe estratégica ante la política migratoria de la administración Trump, había remitido a los obispos estadounidenses una carta en la que les transmitía un mensaje tan sencillo como el de «el prójimo no tiene fronteras, quien sufre es tu hermano». Y en la que añadía «no podemos llamarnos cristianos si en lugar de puentes construimos muros».
Observando con muchísima atención protocolaria una y otra vez las imágenes de las formas y los detalles con que el Papa recibió a Vance, el corazón y la inteligencia emocional me llevan a pensar que el Sumo Pontífice era más que consciente que la llamada del Señor era inminente. Y que, por esa su previsible premonición de encontrarse próximo a la Luz Eterna, su última actuación institucional de más alto nivel debía ser sublime, como correspondía además a todo un Sábado de la Gloria.
De lo contrario no tiene explicación científica alguna que Bergoglio, en la víspera del Domingo de Pascua, agasajara a Vance con huevos…Kinder de chocolate. Buenísimo el momento. Pueden ver el vídeo si googlean Clarin 'Huevos Kinder, el último y sorprendente regalo del Papa Francisco a JD Vance'.
Cierto y justo es reconocer que el asistente del Papa aclaró al vicepresidente norteamericano con un 'these are for your children' ('son para sus hijos'). Pero el momento -y la mirada inicial de Vance- al ver aparecer los huevos fue sublime. La bravuconería de la que hizo gala Vance ante Zelensky o ante los groenlandeses, milagrosa y respetuosamente deshecha a simple toque de corneta de huevos Kinder.
Lástima que finalmente, dado su delicado estado de salud, no pudiera cumplir su deseo de venir a Canarias para atender y escuchar de primera mano la dura realidad migratoria que acontece en nuestro archipiélago, tal y como Su Santidad también había manifestado al presidente Fernando Clavijo y al vicepresidente Manuel Domínguez cuando ambos fueron recibidos hace ahora un año en audiencia privada en el Vaticano, y Francisco se mostró muy preocupado e interesado por la situación de los miles de migrantes llegados a las islas. En su haber eterno queda ya su cariño, que seguro no caerá en saco roto en la Santa Sede.
Se ha ido un Grande. Sin duda. Excepcional hasta para escoger la fecha de su muerte, la del mismísimo 21 de abril, fecha aniversario también de la fundación de Roma en el 753 antes de Cristo. Eterna ella, ya eterno él. Y por eso merecía esta especie de elegía. Descanse en paz. Franciscus.
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