El mar: el gran amigo de mis sueños, el fuerte titán de hombros cerúleos e imponderable encanto…». Con nuestro insigne paisano y máximo representante del modernismo lírico isleño, Tomás Morales (Castellano), sólo tengo en común el apellido paterno. Y el feliz recuerdo de infancia y ... juventud que, en mi querida 'Las Palmas', me situaba física y emocionalmente, a la vez que comercial, cinematográfica, académica y sanitariamente, en una de las principales y vibrantes arterias de la ciudad, la cual permitía transversalmente que Bravo Murillo y Juan XXIII «se dieran la mano».
Recuerdos, por ejemplo, de un inolvidable Cine Capitol, en el número 25 del Paseo Tomás Morales, en el que uno tenía la sensación de estar accediendo y pisando la mismísima alfombra roja de Hollywood. Y en el que fotogramas a color expuestas tanto en su vestíbulo como en sus vitrinas a pie de calle servían de aperitivo y gancho emocional de la película a disfrutar o de próximos estrenos. Un Juan XXIII -Su Santidad entre 1958 y 1963- recordado como 'el Papa bueno', dicen que caracterizado por un notable sentido del humor, e impulsor del denominado Concilio Vaticano II que imprimió una renovación pastoral renovada en la Iglesia católico del siglo XX.
Y un (Juan) Bravo Murillo, político y jurista, además de filósofo y teólogo, que se constituyó en pieza clave del conocido como Partido Liberal Moderado (o Partido Monárquico Constitucional), defensor de la línea dinástica representada por Isabel II frente a carlistas (que pretendían una rama dinástica alternativa de la de los Borbones) y republicanos.
Un Bravo Murillo que entre 1847 y 1852 llegó a ocupar los cargos de, nada más y nada menos (y en este orden), Ministro de Gracia y Justicia; Ministro de Comercio, Instrucción y Obras Públicas; Ministro de Marina; Ministro de Hacienda; Presidente del Consejo de Ministros; y Presidente del Congreso de los Diputados.
Y de su enorme influencia y prestigio, la calle a él dedicada justo a las puertas del Cabildo de Gran Canaria. Muy cerquita, por cierto, de dónde hace escasas semanas cayó a plomo una palmera canaria de grandes dimensiones, afortunadamente sin causar daños personales, aunque sí generando el 'quincuagenésimo' caos circulatorio de la ciudad. Y, por extensión, de la isla.
«Por culpa del viento», se afanaron rápidamente en señalar los actuales responsables del ayuntamiento capitalino, a pesar de que por sí solas y sin necesidad de autopsia para dummies las imágenes fotográficas de la muerte del vegetal sobre el asfalto hacían ver que la susodicha estaba 'toa podría por dentro', tal y como espetó un vecino de San Nicolás dirigiéndose a los miembros de la policía local que se afanaban en reorganizar el tráfico en la zona.
Que seguro a entender de esta singular corporación capitalina y correspondientes fuerzas gobernantes que desde 2015 proporcionan in crescendo más lustre y brillo…del jamás imaginado a la ciudad, debe ser el mismo viento responsable de que precisamente en nuestro Paseo de Tomás Morales, los ficus hayan crecido 'p'arriba', fíjense ustedes.
Unos ficus que, pesar de las alertas, los SOS y hasta llantos de los vecinos, están invadiendo desde hace ya unos años, cuales okupas alentados por las fuerzas progresistas estatales, tanto las ventanas de las casas de esos vecinos, vecinas y vecines; como invadiendo y afectando hasta las pobres farolas desvencijadas de todo el paseo. Invasión, por cierto, que incluye, según una señora entrevistada por la tele canaria, «bichitos, insectos y otros».
Y unas farolas enésimo también símbolo de la decadencia actual de la novena ciudad de España, que lo único que han intentado mecánicamente siempre (tal cual las concibieron) es proporcionar confort lumínico nocturno a los viandantes. A la vez que seguridad visual tanto respecto a cacos y maleantes amigos de lo ajeno, como respecto a esas ruinosas e irregulares baldosas del pavimento, causantes de no menos de varias caídas de personas mayores y no tan mayores. De norte a sur, y de este a oeste.
Un segmento de nuestra población, la de nuestros mayores, que crece porcentualmente sin cesar por aquello de la pirámide demográfica invertida, y al cual bien les hubiera venido para estos casos de Tomás Morales y aledaños que al menos el servicio de urgencias de nuestra recordada y emblemática Clínica del Pino siguiera en activo y funcionando, en paralelo a la importante labor socio-sanitaria que el histórico edificio pasó a desempeñar en atención especial a personas dependientes tras la apertura hospitalaria del Negrín justo cuando cambiábamos de siglo.
Ya ven ustedes, una efeméride, la de ese reciente vigésimo quinto aniversario desde la inauguración del Negrín, respecto a la que seguro nos hubiera agradado más celebrar su exitosa y moderna existencia de forma continuada a lo largo de todo un año, al contrario del dislate sanchista de celebrar la muerte de Franco mediante un centenar de actos -'España en libertad'- con el único verdadero fin de crispar y distanciar aún más a nuestra sociedad para provecho exclusivamente propio.
Todo un absurdo lo que acontece y sucede con este gobierno de España que, por ejemplo y una vez más, vuelve a postrarse ante las exigencias del prófugo Puigdemont y prepara sin descaro una urgente visita a Suiza a rendir pleitesía a aquel que sin duda hubo de ser detenido cuando cruzó la frontera en agosto del año pasado. Tal y como lo exigía la orden de arresto del Tribunal Supremo.
Con el posterior esperpento de contemplar con asombro y sonrojo los españoles de bien, respetuosos y cumplidores de la ley y de la justicia, cómo se ordenaba desplegar hasta 15 controles en esa misma frontera ¡cuando ya el prófugo se había esfumado de Barcelona, cual Houdini!
Y todo un absurdo también en nuestra ciudad, Las Palmas de Gran Canaria, que por obra y gracia -o mejor dicho, por obras disparatadas e interminables y por gracietas- de sus líderes y lideresas 'de progreso', sin duda sigue rumbo proa al marisco, y a la que para reir por no llorar, con dolor podríamos catalogar ya de 'la ciudad del absurdo'.
Como esa absurda parada de guaguas de la calle Luis Doreste Silva, situada en dirección contraria a todo el tráfico existente, incluso al de las guaguas. O como esa vergonzosa y absurda coincidencia de que S.A.R. Doña Leonor de Borbón y Ortiz, Princesa de Asturias, recale en nuestra ciudad junto a sus compañeros a bordo del insigne Juan Sebastián Elcano. Y de que muy cerca de donde pongan pie en tierra puedan disfrutar visualmente de esa réplica calcinada, hace ya dos años, de una hermanita menor de su buque escuela. Por poner sólo un par de simples ejemplos.
En esa absurdidad a través de la cual manifestaba y exigía recientemente la señora Darias, alcaldesa, que «no caben más excusas (por parte del Gobierno de Canarias) para que Las Palmas de Gran Canaria se declare zona tensionada». Que, sin duda, eso es lo que necesitamos todos aquellos que amamos esta ciudad, pastillas para la tensión. Y mucha dedicación y amor.
Ese mismo amor que le manifestaba el moyense y poeta Tomás Morales a la ciudad y a su puerto. 'Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico/ con sus faroles rojos en la noche calina/y el disco de la luna bajo el azul romántico/rielando en la movible serenidad marina/…/Hoy en la botadura del barco nuevo/ Luisa María Las Palmas lo han bautizado ayer/su aparejo gallardo sabrá correr la brisa/¡Por San Telmo que es digno de un nombre de mujer!'.
Y ese poema de belleza en que debe volver a transformarse la ciudad, con el mar como bandera. Esta actual ciudad del absurdo más insolente y doliente «por culpa del viento».
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